martes, 3 de abril de 2012

Sanjuaninos en el viejo continente:


Un chimbero, 
árbitro en España



Después de la crisis del dos mil uno, Jorge Montoro perdió su suplencia como maestro y decidió irse de la Argentina. Ahora, en Alicante trabaja en un supermercado y los fines de semana es juez asistente en las ligas de ascenso de aquel país. Dice que dirigir una final en el imponente estadio del Hércules fue como cumplir un sueño. 
  

“Cuando salí al campo de juego, me quedé helado y se me erizó la piel. Soñaba con dirigir en España y me di cuenta que todo se hace realidad si uno quiere y lo busca”. Las letras llegan a borbotones a través del chat del Facebook. Y es en ese momento, que pasa como ráfaga imperceptible frente al teclado, cuando pienso que el fútbol es el leiv motiv de la evasión y el anhelo de llorar lágrimas que no sean de sal. Algo así como el deseo innato del ser humano por ese cuerpo invisible llamado felicidad.

El día en el que la piel se le granuló por la emoción a ese “gringo” nacido muy cerca de la plaza principal de Chimbas jugaban el Hércules B y el Requena CF: él tenía puesto el traje de juez de línea del encuentro. “Miraba el estadio y no podía creerlo, era imponente”, recibo, casi simultáneamente con el sonido de la ventana de conversación, las letras de Jorge Luis Montoro Torres, uno de los argentinos que la crisis de principios de milenio corrió del país y le corrigió la pronunciación de la “s”.  

Jorge carga con las retinas llenas de recuerdos de siestas de potreros y baldíos sanjuaninos, cuarenta grados de pleno enero, el cuero a la intemperie, la remera colgada en algún rincón de la improvisada cancha de tierra seca y polvorienta en el Barrio Chimbas II. Granos milimétricos suspendidos en el aire como esa nostalgia que lo invade ahora cada fin de semana en su departamento europeo y solitario de Gata de Gorgos, en Alicante.

Pero ahora es abrildosmilonce y se mira a un espejo imaginario, en los ojos de papá y mamá, en los de los abuelos que se fueron de viaje al infinito (a través de quienes obtuvo la doble ciudadanía): está vestido de juez de línea en el impecable estadio Rico Pérez, ante unos tres mil hinchas y en un partido de instancia final por el ascenso a la tercera categoría del fútbol español.

Las tribunas rugen de guerra, de paño de colores que se llevan en la piel, en ese espacio inmaterial y sin tiempo que es el alma. Y Jorge habla por el chat y me dice que hay momentos que quedan lejos, como colgando de un péndulo que amenaza con descolgarse: es el aire de la resignación y el eterno abrazo con su madre, María Torres, el apretón de manos con su padre, José Montoro, y los consejos de sus hermanos en esa tarde que fue un antes y un después. El recuerdo del adiós, tras los coletazos que dejó la crisis del gobierno delarruista, la tarde del diez de octubre de dos mil cuatro en la Terminal de Ómnibus de San Juan, para partir después en avión desde Buenos Aires hacia el viejo continente. A sus espaldas, el resplandor de las tardes que se quedaron con sus pies de pibe chimbero que soñaba con jugar en la primera del Atlético Trinidad y más tarde con ser el hombre de negro en partidos del fútbol profesional criollo.



Ecos… parecen quedar impregnados en la ventana de conversación del Face cuando ese tipo de mirada calma y ambiciosa me responde frases desde las vísceras. En febrero cumplió treinta y un años y dice que, pese a que en el dos mil once tuvo su partido más importante dentro de la liga española de fútbol, anhela volver a vivir en su tierra natal. Otra vez me aturde el eco. Y esa mueca de resignación en el semblante en su partida -imagino en este otro extremo del planeta Internet- pasa a ser pómulos rojos en el calor de la ilusión por el regreso.   

La decisión

“Después de recibirme de maestro en el Centro Polivalente de Artes y empezar a ejercer con diecinueve años, me sentía muy bien allá –en San Juan-. Pero tenía suplencia pasiva y con la llegada de la crisis de fines del dos mil uno a la Argentina perdí esa plaza de maestro y empecé a pensar en venirme a Europa”, dice, tal vez ya con la mirada espesa. Ese click definitivo al que refiere se iba a dar un poco más tarde: “Cuando trabajé en una escuela de Chimbas, veía la vida de esos niños, las carencias de sus familias y me di cuenta que ese contexto no era el que yo quería en mi futuro. Además buscaba un trabajo seguro, en el que se respetaran todos los derechos de los empleados; y en el arbitraje no tenía muchas oportunidades”.   

“En el momento en el que dije en mi casa que me iba, no pensaba en lo que dejaba sino en el futuro que iba a buscar. Sabía que mis padres y mis hermanos sentirían mucho mi partida a un lugar que está a doce mil kilómetros. Yo buscaba un porvenir”, recuerda.  

La Europa de esa época no sentía el látigo de la crisis que azota a algunos grupos económicos en la actualidad y provoca despidos, además de congelamiento de sueldos. Muy por el contrario, mientras en la Argentina aparecía la figura absurda del corralito financiero y la demolición de la clase media, en el viejo continente la prosperidad acompañaba a los inmigrantes criollos que arribaban con penas e ilusiones. “En los primeros meses estaba bien, porque a las dos semanas que llegué conseguí trabajo, así que estaba distraído. Recién a los dos años empecé a extrañar”, relata Montoro.   

En Gata de Gorgos lo recibió una prima hermana de su abuelo materno y se quedó en la casa de la familia hasta que pudo alquilar: “Me pude acostumbrar al lugar porque la gente de aquí es muy cordial. Además acá viven muchos cauceteros y me reencontré con personas que me conocían o que trabajaban con mi padre en San Juan”. 
  

A los pocos días de llegar a España, Jorge consiguió trabajo en Juan Fornes Fornes S.A., de la cadena de Supermercados Masymas. Actualmente se desempeña en el almacén central de donde sale el género que abastece a toda la cadena: “Ahí manejo una máquina elevadora con la que muevo palets de mercadería a una cámara de alimentos frescos. También fui flejador y cargué los palets en los camiones. El nivel adquisitivo aquí es diferente que en Argentina porque los precios son diferentes también. Y a veces pienso que en España tengo cosas que en mi país tal vez no podría adquirir”. 

Hombre de negro

Era abrildosmilonce, una leve brisa le desordenaba el pelo en el estadio Rico Pérez del Hércules, que en esa temporada militaba en Primera División. El equipo B del equipo dueño de casa jugaba un partido de ascenso ante el Requena CF y él miraba las tribunas perplejo.            

Pero esa historia se iniciaba más diez años antes: “En San Juan leí en el diario que empezaba el curso para árbitros y me decidí a hacerlo porque soy muy aficionado al fútbol, en la niñez entrené un tiempo en San Martín y después lo hice en las inferiores de Atlético Trinidad. Después de hacer el curso estuve arbitrando durante tres años”. En la provincia, Montoro fue árbitro asistente de cuarta división y de Primera B.

“Los amigos que me dio el arbitraje allá son muchos. Algunos de ellos son Ramón Gordillo, Oscar Tersi, Sergio Urisa, Iván Páez. También el Turco –Eugenio- Yevcin, a quien iba a verlo dirigir cuando hacía el curso porque para mí es un gran árbitro. Ellos muchas veces me daban consejos sobre cómo moverme adentro y afuera de la cancha”, recuerda el radicado en un pueblito de Valencia.    

España, sueño arbitral



Jorge Luis comenzó a hacer el curso para dirigir en Europa en el dos mil seis, en Benidorm, a treinta kilómetros de Gata de Gorgos: “Me encontré con un panorama diferente al de Argentina, porque aquí los chicos empiezan en el arbitraje a los quince años y la forma de rellenar las actas de cada partido es distinta. Además hay convenciones pagadas por la federación en donde nos examinan física y teóricamente para poder subir de categoría. Las clases o charlas las dan árbitros de Primera División del fútbol español”.

El debut como asistente fue en el año dos mil siete en un pueblo llamado Tavernes de la Valldigna, “un lugar en donde el fútbol se vive con intensidad y hay mucha presión”. Campos de juego en los que no existe la división alambrada que separe al público de los jugadores: el chimbero dice que el comportamiento de la gente es muy aceptable. Aunque alguna vez le tocó ser agredido en un partido por el ascenso a la tercera división entre el Cheste y el Burriana. “Si ganaba el Cheste, que era local, pasaba de fase y me tocó anularle un gol en el último minuto, por un fuera de juego”, argumenta. Poco tiempo después, el informador (especie de veedor) del encuentro felicitó al línea sanjuanino por la actuación que tuvo, más allá de que en ese partido el camino de la terna arbitral hacia los vestuarios fue bajo un clima tenso y con agresión de los hinchas (ver video):  


“Sentí que cumplí un sueño cuando la temporada pasada me tocó ir como asistente al partido entre el Hércules B y el Requena en la promoción de ascenso a Tercera División, en un estadio de fútbol increíble. Salí por el túnel al campo de juego para revisar las redes y para conversar con el árbitro principal y cuando miré a mis costados fue algo impresionante aunque no fuera un partido de Primera División”.

Zama - ¿Cómo se te dio la posibilidad de dirigir ese partido?

Montoro - Mi categoría es Primera Regional, ahí tenemos la opción de ser árbitro asistente en preferente, porque luego de la temporada regular vienen los play off, que son las promociones de ascenso a Tercera. A esos partidos van los que mejor temporada han hecho y de quienes se han realizado buenos informes.

Zama - ¿Cómo fue el momento en el que te enteraste de que habías sido elegido para ir al estadio del Hércules?

Montoro - Fui a revisar mi cuenta privada que tengo como árbitro por Internet y allí salía que iba como asistente a ese partido. No podía creerlo. El árbitro que pitaba en ese encuentro ya me había pedido para acompañarlo en todas las promociones, pero no esperaba que se me dé en un partido así. Lo llamé y se lo conté. Después llamé a San Juan y lo compartí con mis padres y mis amigos. Estaba muy contento.

Zama - ¿Saliste a la cancha y con qué te encontraste?

Montoro - Al salir al campo de juego la verdad que me quedé helado, es un estadio imponente. El partido fue muy intenso y con buen fútbol y en la tribuna no me esperaba ver una bandeja casi completa. Cuando miré el periódico al día siguiente salía que habían asistido unas dos mil quinientas personas, que para un partido de promoción de ascenso de preferente a Tercera es mucha gente. Ese día ganó el Hércules B dos a cero, por los cuartos de final.   



Jorge Montoro vive solo, cerca de la casa de su hermana María Isabel, que se fue a España algunos años después que él junto a su cuñado Luis Muñoz y tuvieron un hijo en aquel país. Cada mañana, el chimbero trabaja en el supermercado y en la tarde va al gimnasio o entrena con los árbitros. Cuenta que a los dos años de estar a doce mil kilómetros de Argentina empezó a sufrir el desarraigo: “Extraño mucho la vida que uno tiene en San Juan, nuestras costumbres y los paisajes, pero a veces pensar cómo sería todo si volviera me pone en una situación incómoda, porque no me olvido de dónde vengo pero tampoco lo que me costó llegar acá y todo lo que conseguí en los últimos años. Me queda conformarme con ir cada dos años a ver a mi familia y a mis amigos”.

La tarde del diez de octubre de dos mil cuatro, Jorge se fue de San Juan con un casete que le habían grabado sus hermanos y sus amigos con las palabras de aliento de todos sus seres queridos, que le deseaban éxitos en el viejo continente. Después de estar una semana en la casa de su tía en Buenos Aires tomó el vuelo en Ezeiza el diecisiete de ese mes a las dos y media de la tarde (era su primera vez en un avión) y llegó a España pasadas las nueve de la mañana para comenzar una nueva vida. Hoy, todavía cargado de sueños, no deja de repetir que quiere “luchar para llegar lo más lejos que pueda en el arbitraje”. Sabe que va por buen camino y que todavía no tiene techo visible. Y… tal vez el sueño que tiene cada noche de dirigir un Barcelona – Real Madrid no está tan lejos como parece, aunque por ahora eso se vea reflejado en el espejo de la utopía.

Jorge hace un alto en el chat del Facebook y me dice que tiene otro sueño, algo que le cruza las vísceras como puñal filoso en esas mismas noches en las que se imagina dirigiendo el clásico del fútbol español, y es nada menos que volver a su tierra: “Cuando voy de vacaciones a San Juan y viajo de vuelta a España, me cuesta mucho decir hasta pronto y saber que durante bastante tiempo no veré a mis seres queridos. Espero poder regresar, pero uno nunca sabe lo caprichoso que puede ser el destino”.




 Pablo Zama

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