martes, 11 de octubre de 2011

Daniel Martínez, artista de Angaco:


El pintor del pueblo

Vive de lo que gana con la pintura de obras (decorado de viviendas o en la vía pública). Pero su hobby, la veta artística, fue lo que lo hizo famoso en el departamento norteño. Es angaquero por adopción. Pintó los tanques de agua de su barrio para ponerle una sonrisa al lugar. “Siempre trabajé en forma independiente, de eso depende que mi familia coma”, aclara.      
    
 (A MVC, compañera en esta nota)

Fotos: Pablo Zama y gentileza Daniel Martínez.  


“A San Juan no lo cambio por nada”, dice. Las retinas se le pierden tal vez en algún torbellino de recuerdos de su breve paso por Comodoro Rivadavia. Pero al fin y al cabo, esos ojos que miran casi pidiendo permiso para hablar, rodeados de una piel trigueña, de manos ásperas que se entrelazan mientras cuenta su historia –distensión necesaria para minimizar los rastros de timidez-, no dejan de posarse sobre su lugar de silencio apacible, en los alrededores de campos y caballos. Para el hombre dueño de esa mirada huidiza, su tierra es un cuadro, el de su mejor pintura. Daniel Evaristo Martínez Barbosa tiene 53 años. Nació en Las Chacras, Caucete. Aunque desde muy chico vive en Angaco, su lugar para siempre, a 23 kilómetros hacia el norte de la Ciudad Capital de San Juan. Trabaja como pintor de obras (decorado de casas, paredones, espacios públicos, cartelería), pero disfruta con su versión de pintor artístico.   
  
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El personaje. En Villa del Salvador, cabecera del departamento, el leve resplandor que va dejando el sol cuando empieza a desvanecerse por detrás de los cerros del oeste, no apagan las imágenes pintadas por Daniel (en los paredones que dan a alguna plazoleta, en el interior de la Parroquia Nuestra Señora del Carmen, adentro del Concejo Deliberante y en los frentes de algunas casas), que despiertan la sorpresa de quienes pasean por Angaco.

Hay un nombre que se repite en los almacenes, en las calles y en la unión vecinal, casi como el característico ruido de silencio apacible de los pueblos que respiran una velocidad mucho menor a las de las capitales. Consultar sobre este hombre de movimientos ágiles pero tímidos es preguntar por el artista del pueblo. Todos conocen a Daniel Martínez, el pintor hincha de Independiente de Avellaneda y peronista. Indican que para encontrarlo hay que seguir cuatro kilómetros más hasta toparse con la localidad de las Tapias. Hacia allá se traslada la curiosidad periodística. Y en el ingreso al Barrio Presidente Perón ya se puede ver cómo los tanques de las casas sonríen: están pintados los escudos de distintos clubes de fútbol y en todos aparece además la bandera argentina. “Me fui casa por casa y les ofrecí hacerles el escudo de su equipo o lo que quisieran en el tanque, pero siempre les pedía que me dejen pintarles también nuestra bandera, porque estoy orgulloso de ella”, relata. De ciento dieciocho casas que tiene el “Presidente Perón”, Martínez pintó la mitad de los tanques de agua de un vecindario cuya fuerza de trabajo se centra en el área rural (viñedos y olivos): “Les dije que me lo paguen como puedan, porque la mayoría de la gente acá es humilde. Salía del otro trabajo y me iba pintando tanques”.     

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Por ellos. En la casa de Daniel hay ruido de pájaros y juegos de niños. Martín, de cuatro años, le enciende la sonrisa al abuelo que todos los días después de llegar de pintar paredes y carteles se coloca en un rincón del living a hacer catarsis con su hobby: la pintura en óleo y acrílico sobre lienzo o fibrofácil. Al lado de la estufa a leñas decorada con piedras, especialmente tratadas por el dueño de casa para usarlas como adorno, está el tablero con retratos personales y representación de paisajes sanjuaninos con el estilo realista en el que se siente más cómodo. Su esposa, Mabel Pérez, lo mira en silencio cuando explica cómo realiza sus cuadros. Lorena, de quince años, y Jimena, de catorce, buscan en una netbook las imágenes de los trabajos que hizo el padre. Fabiana (veintitrés años), la madre de Martín, no está en la casa en la tarde sabatina.           

“Siempre tuve el apoyo de mis padres en esto”, aclara Daniel, que empezó a pintar a los catorce años cuando hizo un cartel con la cara de Ceferino Namuncurá para un quiosco que llevaba el nombre del beato. La virtud artística le llega por herencia: su madre fue artesana y también tejía con lana que antes teñía al estilo de los huarpes.      

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El creador. Ningún hombre vive porque sí. Y el artista se refugia en laberintos que buscan llegar al entendimiento de la existencia. Daniel lo hace pintando sin parar. Alguna vez trabajó como albañil con su padre hasta que tomó el camino de pintor de obras, para hacer lo que los comunes hacen todo el tiempo: sobrevivir. Aunque su sonrisa llega del placer de ver cómo los vecinos angaqueros lo reconocen por su costado artístico.  

“Cuando iba a segundo o tercer año de la primaria ya hacía dibujos. Tenía más capacidad que  otros chicos para esto, le hacía los trabajos a los niños más grandes”, rememora. Por esos tiempos, en la Escuela Bartolomé Mitre (que quedaba en calles El Plumerillo y Olivera), para el Día de la Bandera o para el recuerdo de la Revolución de Mayo a menudo ganaba los concursos que organizaban los maestros: “Nos daban lápices y acuarelas. Yo era humilde, mis padres no me podían comprar esos materiales, así que usaba lo que me daban en la escuela”.             


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Paseo Comodoro. Daniel se casó a los 24 años y se fue con Mabel a pasear a Comodoro Rivadavia, Chubut. Esa visita se prolongó por dos años. En el sur trabajó en la pintura de cartelería y en el mantenimiento del Hospital Regional. “La gente me empezó a conocer, he pintado en la Coca Cola y en la Pepsi, en carteles grandes, inmensos”, subraya. Pero decidió pegar la vuelta a su tierra: “De Comodoro Rivadavia me vine porque extrañaba mucho y nunca me acostumbré al frío, al viento, a la nieve. Hice muchos amigos allá, hay gente que no quería que me venga. Pero a San Juan no lo cambio por nada –continúa-. Estando lejos aprendí a valorar mucho lo que tengo, porque afuera extrañás hasta al sol, que acá siempre está”.  

En Chubut, Martínez pintaba cerca de veinte murales al mes, todos por encargo, algunos de los cuales eran comprados por gente que se los llevaba hacia el norte del país. El total de cuadros que hizo en Comodoro fueron casi cuatrocientos. “Llegaba de pintar carteles en la ciudad, dormía la siesta, y después me encerraba en una piecita a hacer los cuadros hasta la noche...”    

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La fuerza. Asegura que no se destaca en la pintura de retratos, aunque a veces los hace a pedido. Daniel viaja a algunas zonas alejadas de la capital sanjuanina, saca fotos y después se sienta a recrear el lugar con un grafito. Hay una figura que se repite en sus trabajos: el caballo, símbolo de fuerza y supervivencia en el campo. Además, esa figura presente en sus obras tiene otra razón: es una pintura que tiene mucha salida y hay distintos tipos de público que las demanda. Detrás de ese primer plano, en los cuadros suelen haber viñedos albardoneros, angaqueros, pocitanos o de Ullum. También puede estar la imagen de los tapiales, alamedas o sauzales de Iglesia, o los cactos y cerros vallistos.     

La primera exposición la hizo en noviembre de dos mil seis en la plaza departamental, en las fiestas patronales de la Virgen del Carmen. Esa vez presentó dieciséis obras. A partir de ese día, la gente del área de Cultura del departamento Veinticinco de Mayo lo invita también a exponer cada año en la Fiesta del Carrerito. Por cada cuadro consigue entre cuatrocientos y cuatrocientos cincuenta pesos y eso le sirve de complemento para mantener a la familia.       

-¿Cómo es ese momento en el que se enfrenta al lienzo?   
-Cuando yo pinto me relajo, me hace sentir muy bien. No tengo un taller, pero lo hago en mi casa, más allá del ruido. Escucho a Spinetta, a Charly García o folclore cuyano mientras hago los cuadros.  

-Después de tantos años de trabajo, ¿por qué considera que pinta?
-Siempre digo que pinto porque aproveché esta oportunidad que me dio la vida para hacer lo que me gusta. Desde que era un niño, en la escuela ya me destacaba en esto. Y muchas veces me quedo pensando cuando veo a tantos chicos que tienen un don, una cualidad especial y no la aprovechan...    

El pintor del pueblo angaquero aclara que el trabajo independiente tajea con el filo de la incertidumbre: para el invierno debe guardar algún ahorro, porque la gente prefiere no pintar en esa época y la demanda disminuye. Además, no tiene obra social ni realiza aportes jubilatorios. Pero desde la mañana hasta la noche, Daniel juega una pulseada contra esa falta de certezas, convencido de que, en el momento en que llegue ese leve resplandor que deja el sol antes de desvanecerse en su muerte circular, conseguirá otra victoria cotidiana haciendo lo que le gusta y volviendo a casa para ver la sonrisa de su nieto.           




Pablo Zama 

martes, 5 de julio de 2011

Juan Ahumada fue entrevistado por Diario Clarín:


El lustra, famoso por Fisuras de la calle


Alberto Amato y Rodolfo Del Percio, de ese diario nacional, viajaron a San Juan para rescatar una historia que conocieron a través de este blog. Después de esa publicación, la vida del lustrazapatos fue conocida en todo el país. Lo llamaron de Radio 10 de Buenos Aires y varios medios locales se interesaron de su lucha heroica por ayudar a sus hijos a que estudien y se hagan profesionales. 
  
“Me llaman de todos lados para entrevistarme, no me dejan en paz”, bromea. El hombre se hizo famoso y está contento. Aunque no deja de darle con todo a la rutina en el cruce de las peatonales de San Juan, fortín que visita desde niño. “Esta mañana me llamaron de Radio 10 de Buenos Aires y coordinamos una nota para la siesta, me preguntaron de todo”, cuenta. En el programa matinal de Canal 8 lo entrevistaron junto a su hija Verónica y en AM 1020 hablaron sobre él en el programa de mayor audiencia de esa emisora. Juan Domingo Ahumada va a su “oficina” de lustrazapatos. La sonrisa es la misma de siempre. Pero en su entorno algo cambió por estos días: “A mi hija la felicitaron en la facultad. La rectora de la Universidad Católica de Cuyo -María Isabel Larrauri- la llamó y la felicito”. Pasaron los años con el peso en los hombros por el sacrificio que no da ni para vacaciones y los pulmones se le cerraron un poco más. Pero la vida tiene sus caricias, resultado de un cumulo de circunstancias que un día, por algún mandato misterioso, deben desembocar como reconocimiento a ese “gran argentino diario” que le pone el pecho a la vida. Juan fue entrevistado por Diario Clarín (doble página de la sección Sociedad del domingo 3 de julio). Su vida fue conocida a través de una nota en el blog Fisuras de la calle. “Miralo bien a este, porque no lo ves más, dentro de poco voy a empezar a seleccionar a los clientes”, se ríe don Ahumada sobre uno de sus amigos que le dice que ahora que es famoso se va a poner “exquisito”.


El 24 de mayo recibí un mail de Alberto Amato (premio Rey de España de Prensa año 1998 y Premio Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano, que dirige Gabriel García Márquez, en el 2003; ex editor de las secciones Sociedad y Política de Clarín), a quien conocí en mi paso periodístico por San Luis. En ese mail Amato me contaba que había leído la nota a Juan Domingo Ahumada y la había propuesto en el diario. Así empezó todo.

El lunes 27 de junio llegó a San Juan el vuelo que traía a Amato acompañado por Rodolfo “Tano” Del Percio (camarógrafo que trabajó para distintas agencias internacionales en México y Afganistán, entro otros países). La nota estaba en marcha. El martes 28 a las ocho de la mañana había cita en la casa de don Ahumada. La familia se levantó temprano para recibir a los enviados del diario nacional. En la mesa, algún café caliente amenizaba la tos fuerte de don Juan Domingo, que tomaba las dosis de remedios que cada mañana le suavizan un poco la vida.

A Verónica se le entrecortaba la voz mientras hablaba sobre los sacrificios que hizo su padre para que ella ahora esté en las puertas de recibirse de psicóloga. Elvira, la esposa de Juan, preparaba silenciosa café para los visitantes especiales.


Mientras Amato tomaba nota, Del Percio grababa las imágenes para el video de la web del diario. Más tarde, en el cruce de las peatonales algunos amigos de Juan se acercaban a preguntar de qué medio lo estaban entrevistando. Hacía frío, como ese aire seco y helado característico del invierno sanjuanino que tantos años soportó a la intemperie el lustrazapatos de bigote entrecano y personalidad cálida.

Tras tantos años de sacrificio, la vida de ese héroe anónimo saltó el peldaño del olvido y su historia llegó a conocerse y ser admirada en cada rincón argentino. Juan Domingo Ahumada es un ejemplo de humildad, perseverancia, sacrificio y fe.


Como autor de este blog, no puedo dejar de subrayar mi satisfacción y orgullo por la repercusión que tuvo una historia que fue originalmente contada en este espacio que se dedica a rescatar las vidas de héroes sanjuaninos o de personalidades fuera de serie que muchas veces no llegan a conocerse masivamente porque, tal vez, para los medios comerciales no venden como parecen vender, en cambio, la trivialidad y el facilismo. El agradecimiento especial es para el Maestro Alberto Amato, uno de los mejores periodistas gráficos del país, que con la humildad de los grandes me solicitó permiso para poder venir a San Juan a hacer la nota que conoció a través de mi blog.


A veces la vida da caricias. Juan Domingo Ahumada tuvo su merecido reconocimiento público. Y para este humilde espacio periodístico no deja de ser un acontecimiento especial que uno de los medios más grandes del país se haya fijado en una nota realizada por esta incontenible vocación, que tenemos los periodistas que ejercemos esta actividad con pasión, por dar a conocer las historias del entorno que uno frecuenta, sufre y disfruta día a día, las historias de mi querido San Juan. MUCHAS GRACIAS.  



El link para leer la nota y ver el video de Clarín: 




Pablo Zama

domingo, 3 de julio de 2011

San Juan es de Primera:


Bondi Línea A



Diario de viaje a La Plata. Cómo se vivió el ascenso del Verdinegro en uno de los colectivos que hizo las dieciséis horas para ver Gimnasia – San Martín. La vuelta soñada a la elite. 

La plaza Juan Jufré aparece expectante en una fría tarde de miércoles 29 de junio que pretende quedar en la historia. Es la plaza de la gesta más importante de estas lides, adonde Jufré le dio vida a este San Juan de la Frontera en 1562. Las camisetas verdinegras se dan cita en la esquina que da frente a la parroquia de Concepción. Corre un viento helado en El Pueblo Viejo, y hay nervios en ese puñado de hinchas de San Martín que van subiendo a un colectivo de la empresa 20 de Junio con toda la esperanza a cuestas. Uno de los 17 colectivos que partirán rumbo a La Plata llenos de ilusión. En la mente: aquel grito sagrado de Tonelotto el sábado 16 de junio de 2007 es casi una estampita que el recuerdo guarda para implorar por nuevas victorias. El Verdinegro está a un paso de hacer historia otra vez, la piel se eriza cuando ese bondi, faltando tres minutos para las siete de la tarde de ese miércoles fresco se pone en marcha y el aplauso es generalizado. Afuera una mujer le dio un abrazo de despedida a su hijo: Buen viaje, vuelvan con la Primera. Es el recorrido al cielo tal vez, la búsqueda de algún cimbronazo que llene de alegría a las calles sanjuaninas. Ellos también sienten que van a cumplir con la última batalla para volver con la gloria. Son unos cincuenta hombres que componen esos dos mil hinchas que harán la travesía desde San Juan hacia la ciudad de las diagonales en dieciséis horas de viaje, por amor a una camiseta que es la del barrio, la de su tierra, que quiere volver a codearse con los grandes de la Argentina.

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Empiezan los cánticos, y el hit que dice que de la mano del Mellizo se van a la B es el alarido que se escucha desde el colectivo que ya toma la ruta cuando el sol empieza a esconderse. Algunos saltan como si estuvieran en la tribuna. Un retazo del mundo sanjuanino va en ese colectivo. Juan José Balmaceda y su hijo se colocan en el piso de abajo del vehículo, los dos son silenciosos y llevan en sus ojos una mirada que parece pesarles cada vez más con el paso del tiempo. Son el esposo y el hijo de María Rosa Pacheco, la psicóloga desaparecida en 1996 y de quién años más tarde se supo que fue asesinada, pero nadie pudo establecer la verdad de su crimen. Tampoco nadie en la justicia estableció los nombres de los asesinos, que tal vez el jueves también festejen el gol de Penco. Es el frío el que se cuela por entre las vísceras del recuerdo. Pero hoy esos dos hombres de mirada huidiza van en busca de algo de paz que les pueda dar el ascenso a Primera del club de sus amores. En otro extremo, viajan los sobrinos del presidente de San Martín, Jorge Miadosqui, todos hijos de empresarios. Más adelante en el bondi van sentadas algunas personas que dicen que faltaron a sus trabajos para poder ir a La Plata. Y casi al medio del colectivo canta las canciones verdinegras el actor de teatro Emiliano Voiro.    

Sportivo Desamparados subió a la Primera B Nacional el domingo y eso le mete presión a los verdinegros que también quieren desbordar la plaza 25 de Mayo concluyendo con una semana inigualable para el fútbol sanjuanino. En el ingreso a Villa Mercedes, a la una de la mañana, dos camionetas policiales escoltan el paso del colectivo hasta que llegan a una estación de servicio, la misma en la que pararon para abastecerse de alimentos y bebidas en el 2007 cuando viajaron a La Bombonera. La ruta trae infinitos recuerdos de Primera.

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A las nueve de la mañana del jueves 30 de junio, el bondi frena en Moreno, ya es Baires. Juan Carlos Alaniz es un hombre de casi cuarenta años, la camiseta verdinegra aparece arriba de su buzo. El hombre asegura que a esa hora ya tiene una corazonada, no lo veo al Verde en la B otra vez, creo que si jugamos como en San Juan, ascendemos. A la derecha del micro, un taxi bonaerense viaja con la inscripción de una marca en la parte posterior: Onda verde, muy parecido al título que uso Diario La Nación en la tercera fecha del Apertura 2007 para describir a la popular visitante de La Bombonera. Un cartel a la vera del camino destaca: “Estás a 43 kilómetros del Estadio Único, techado, con 182 palcos”. El viernes juega la Selección con Messi. El bondi sanjuanino va buscando el estadio del Bosque. 

A las diez y doce, el colectivo sale de Moreno y en el camino va topándose con hinchas del Lobo que intercambian señas con los sanjuaninos. Es el ingreso a La Plata. Un mensaje de texto cae en la bandeja de entrada de un celular: Acá en San Juan el día está igual que el del ascenso ante Huracán. El bondi frena en el control policial de ingreso a la ciudad en la que nació la presidente Cristina Fernández de Kirchner. Pablo Vargas se ilusiona con el gol del ascenso y dice que Penco tiene que jugar como lo hizo en San Juan. Emanuel, hermano de Pablo, cansado por los más de mil kilómetros recorridos, advierte: De este partido nos tenemos que ir contentos, sino el viaje va a ser muy largo.

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Todavía no es el mediodía y ya suena el hit vamos a volver y los pibes saltan como si estuvieran en la tribuna, el colectivo se mueve y el gusto a ascenso se desperdiga por todo el pasillo. Desde afuera algunos aplauden, son hinchas de Estudiantes. Uno a uno, caras ilusionadas como si fuera la primera vez, los hinchas bajan del bondi y se encaminan hacia la requisa policial. Ya se los dije una vez, hagan fila. Yo hablo sólo dos veces, a la tercera me los llevo en el móvil, dice un policía panzón que habla con la sh porteña. Pero al rato afloja: Ya es hora de que los manden al descenso a estos. ¿Es de Estudiantes? No, soy de Almirante Brown, el año que viene ascendemos nosotros.

A uno de los pibes le retienen el encendedor. El resto ingresa sin problemas al estadio después de la segunda requisa. Son los primeros en llegar. El partido es a las dos y media de la tarde. Aunque Ángel Riquelme, el más grande del colectivo, de unos cincuenta y cinco años, canas, pelo corto y correctamente vestido, se decide a llevar a la virgencita para que los ayude en el ascenso. Pero la imagen de plástico se queda con los hombres de azul.   

Ya no falta nada. Y la tribuna visitante empieza a llenarse. Raúl Antuña, una de las glorias futbolísticas más recientes del club, está en la popular visitante, esta vez vestido de hincha y vaticinando: La tercera tiene que ser la vencida para Gimnasia (los dos años precedentes ganaron la promoción ante Atlético Rafaela). Sale el Verdinegro a la cancha y estallan los sanjuaninos. La popular todavía no está llena. Faltan nueve colectivos que se quedaron en el control policial. Hay otros que viajaron en autos. El grito de guerra: Vamos a volver es ensordecedor. El árbitro Baldassi conversa en la mitad de cancha con el Mellizo Barros Schelotto y el arquero verdinegro, Lucho Porjnick.

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La sorpresa. Recién van dos minutos de juego y Penco la pica ante la salida del arquero Monetti. La pelota viaja lenta a tocarse con la red. El nueve abre los brazos igual que Tonelotto en el 2007. La postal se repite por segunda vez: lágrimas en la tribuna visitante. Fredi González, que no tiene más de veinte años, llora y se abraza con quien encuentra a su paso. En el piso que conecta con el escalón más alto de la tribuna, un hombre de unos sesenta años se toma la cabeza, los ojos húmedos, camina sin parar, va y viene nervioso por ese piso, será así durante todo el partido. Silencio de tumba en las plateas y populares del Lobo. En los colectivos que están varados en el control policial de la entrada a La Plata hay una explosión. Todos saltan en los pasillos, se enteraron del gol por la radio. El Verdinegro empieza a hacer suyo el Bosque.                                                                    

Y los minutos pasan. Y se va el primer periodo con la noticia de que diez minutos antes de que se cumpla el tiempo reglamentario, los bondis que faltaban pudieron llegar hasta el estadio. Uno de los hinchas sube las gradas y, agitado, cuenta que venían once colectivos y uno se rompió. Por eso tuvieron que repartirse en el resto de los vehículos. Después de la requisa policial pudieron seguir su camino.  



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Empieza el segundo tiempo. Antes del gol de Vizcarra sólo cantaba La Banda del Pueblo Viejo. Pero el empate le puso un nudo en la garganta a los sanjuaninos. Algunos rezan de rodillas, otros muerden la camiseta. Los demás cantan con furia. Alguien recuerda: Estamos ascendiendo a Primera, no paremos de cantar. Hay tensión. Insultos para Messera que no quiere hacer el segundo gol verdinegro por su pasado en el Lobo. Este que no vuelva a San Juan, dicen algunos. La pelota cae al área de San Martín buscando al Mellizo en la última pelota de su carrera, pero rechaza la defensa. Y hay un silencio que depara una explosión superior después. Desde la popular visitante se ve a Baldassi, de espaldas, señalando el centro del campo de juego. El pitazo final es estridente. Todos los hinchas de San Martín desbordan en lágrimas, como en el 2007. Esta vez lejos de casa. Se abrazan entre desconocidos, miran al cielo y agradecen, gritan hasta enloquecer. El hombre que caminaba por los pasillos de la parte superior de la tribuna se abraza con Raúl Antuña. Los jugadores se acercan a la tela. Emanuel Más no deja de llorar mientras mira a sus hinchas. Los cánticos: El Verde se fue de la B para nunca más volver. Un hombre está sentado, solo, debajo de un paravalancha: Estoy muy emocionado, no lo puedo creer, esto es más especial que el ascenso anterior. En San Juan yo sé que mi hija está festejando, tiene dos años y yo sé que es de San Martín. Cerca de él, un pibe de Chimbas está afirmado en otro paravalancha y no deja de llorar: Esto es para mi amigo, estoy seguro que desde el cielo él nos ayudó, era fanático del Verdinegro y hoy ya no estuvo en la tribuna con nosotros.   



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Otro sanjuaninazo, tal vez otra fundación. Y la inscripción de Somos de Primera en la mirada de todos. Desde los celulares, la confirmación: hay fiesta en la plaza 25 en San Juan (adonde el partido fue seguido en pantalla gigante, lo mismo que en el estadio Hilario Sánchez). Gimnasia no deja que los jugadores verdinegros vuelvan al campo de juego para festejar. Pero sale, emocionado, el presidente Miadosqui y canta junto a los hinchas, cerca del alambrado en donde una señalización dice: prohibido subir y que ahora es la burla de los sanjuaninos. Después de casi una hora de espera, los hinchas corren, compran hamburguesas y suben a los colectivos. Decime que sos de Estudiantes... Y el vendedor: Sí, les agradezco por esto, por fin el Lobo se fue a la B.   


Con decenas de autos y motos de la policía que van de custodia, los 17 colectivos, una combi y varios autos empiezan a salir de La Plata. Afuera hay camisetas de Estudiantes que flamean. Los pinchas despiden con aplausos a los colectivos. Y empieza el viaje con cánticos. El Verde se fue de la B, por segunda vez en su historia y dejó muda a la opulencia platense. A la vuelta a San Juan espera la fiesta con los jugadores que llegaron al aeropuerto a la misma hora que aparecieron los colectivos, después de toda una noche de viaje. Y la caravana fue de dos kilómetros. Y de las casas salían grandes y chicos con banderas y camisetas. En la plaza Juan Jufré hasta los niños del Colegio San José, con permiso de sus maestras, salieron a la vereda a cantar por el Verdinegro. En la cancha de San Martín, una multitud firmó ese regreso a la gloria y apareció un nuevo cántico: Dale, dale ve, dale, dale ve / hoy hay que alentar, para poder ganar / y en Primera nos vamos a quedar. El canoso fanático, Angel Riquelme, lo dijo: No dejaron ingresar a la Virgen, pero aún así no pudieron evitar este milagro. Deliciosa vuelta a la elite. Las lágrimas fueron incontenibles, el sueño se cumplió por segunda vez. San Juan es de Primera. Y esa celebración quedó como eco para siempre en las retinas de los viajantes... y en el pasillo del Bondi Línea A.
          







Pablo Zama

lunes, 23 de mayo de 2011

El lustra zapatos más famoso de San Juan:


En el cruce, la trinchera...

Con su labor en el cruce de las peatonales, Juan Domingo Ahumada le pagó la carrera en la Universidad Católica a su hija, que está a pocas materias de convertirse en psicóloga. Hace siete años que no se toma vacaciones, y dice: “Mi viejo era analfabeto, me largó a trabajar a los seis años. A mis hijos les pido que estudien porque no quiero que sean como yo, es muy triste trabajar en la calle”.     
  

La pomada para zapatos es marca Inmortal. El hombre de cincuenta y ocho años de edad -treinta en esa esquina- abre el sobre de café como si fuera lo único que acontece en el mundo, ese crujir silencioso del papel y el saquito que choca con el humo que emerge de la tasa de acero inoxidable (ritual de cada tarde). Al agua caliente la trajo del negocio de venta de ropa que está frente a su puesto de trabajo a la intemperie. No hacen grados bajo cero todavía en San Juan, pero cuando eso llegue el puesto a la intemperie seguirá allí, al aire libre, lejos del reparo de las enfermedades. El café está listo, el hombre de camisa celeste desteñida y pantalón gris oscuro lo bebe como si fuera lo único que sucede en el mundo y de hecho no es seguro que suceda algo más importante en ese mínimo instante, que el deslizamiento de ese café por la garganta de un anónimo que no busca el heroísmo, sino ganarse la vida en la calle. Juan Domingo Ahumada lustra zapatos en el cruce de los atajos del centro sanjuanino: peatonal Tucumán y Rivadavia, la trinchera desde donde le da batalla a la vida. Sonríe, se le ilumina la cara y por un rato deja ese perfil taciturno de aspecto triste, cuando habla de su familia y cuenta, pecho erguido como soldado ante el pelotón de fusilamiento: “Con mi trabajo en la calle le pude pagar los estudios a mi hija –Verónica Patricia, veintiún años- que está a pocas materias de recibirse de psicóloga”. Ahora sí, nada más acontece en ese lugar del mundo para Juan, que desborda de felicidad por un segundo más: “Mi nietita –Ludmila Guadalupe, hija de Jésica Mercedes de veintitrés años- es la que me ayuda a vivir. Ahora está en nuestra casa, a mi me vuelve pelotudo”.  

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A los seis años conoció la rudeza de los días callejeros. A esa edad, salió a trabajar de lustra zapatos por el centro sanjuanino ayudando a su padre, Manuel Francisco, que además era ferroviario. Juan Domingo también fue lavacoches desde muy chico, con agua helada en invierno lavaba los autos en el centro. La mirada se va lejos, un profundo dolor parece acecharlo desde casi toda la vida. “Mi viejo era analfabeto, sólo me largó a la calle. De ahí en más la calle me enseñó todo”. Llega el recuerdo y Juan no lo dice, pero la niñez amarga se posa sobre su semblante como cuchillo recién afilado: “Toda la plata que ganaba se la tenía que dar a mi viejo. Y yo desde chico agarré el vicio de fumar, lo hacía a escondidas. A veces me guardaba una moneda para comprar un pucho. Pero un día tenía roto el pantalón y se me cayeron las monedas, mi papá se enojó y me pegó”.     

Un taxista amigo fue como su segundo (y tal vez único) padre: “Era de apellido Estorneolo, me guiaba, me enseñaba a no malgastar la plata, a saber cómo comportarme”. La calle está llena de vicios y de suburbios para otros impenetrables: “Yo conocí a las putas, a los drogadictos. Conocés muchas cosas acá, pero está en uno no meterse. Es difícil, pero la vas caminando…”.  

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La vida del lustra zapatos más conocido de la provincia es variable, en la calle la incertidumbre es la compañía recurrente: “Trabajo mañana y tarde y a veces hago cincuenta pesos en la jornada, un día de fin de semana se puede hacer casi doscientos pesos o a veces nada”. Juan Domingo mira para adentro, mirada curtida por el paso irreversible de los días en ese fortín, que es una esquina detrás de una caja de acero que alguna vez fue un cajón de manzana remodelada por él y que todavía guarda como recuerdo de su infancia. Se resigna… “y es así la vida nomás…”. Respira profundo.

“Los momentos más duros son a fin de mes, cuando no hay plata. Acá tenés más malas que buenas, pero tenés que estar. Uno se priva hasta de comer un sánguche en el centro para poder llevar la plata a la casa”. Juan Domingo sale en bicicleta de su casa en Rawson a las ocho y media de la mañana. A la una y media de la tarde hace un alto y vuelve para comer. A las cuatro y media ya está de nuevo en la peatonal, para finalizar su jornada a las diez de la noche, cuando el centro sanjuanino se va a dormir. “El día que no trabajo, no como. Hace seis o siete años que no tengo vacaciones”; la voz es de acostumbramiento. Ahumada sólo descansa los domingos. Ahora que el invierno empieza a acechar, otra vez la voz de resignación: “Hay que aguantársela, no creo que uno se acostumbre al frío…”

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Un hombre de peinado correcto y traje se acerca a Juan Domingo. Lo saluda. Y se sienta para mejorar el aspecto de sus zapatos. Deliberan. Para el hombre de traje gris el color que debería tener su calzado es marrón militar. Junto a Ahumada coinciden que son de color guinda. “Hay que ponerle pomada del color adecuado, sino se terminan deteriorando”, refiere el lustra zapatos. “A mí me gusta el color guinda, pero a mi señora no”, contesta el hombre de traje. El cliente le estrecha la mano y se retira, señala a su negocio y dice: “Ahí está mi esclavitud”. Ahumada le cobró menos de lo que cobra habitualmente. “Él es Sangüedolche, el gerente de ese negocio. Ellos, todos los días me dejan sacar agua caliente para prepararme un café. Y son buenos conmigo, para poder trabajar acá tengo que pedirle permiso a los frentistas de mi ubicación y nunca hubo problema”. ¿Cuánto cobra por lustrar los zapatos?: “Cuatro pesos, pero tal vez lo tenga que subir, porque no me alcanza la plata. Sube el boleto del colectivo y subo yo, siempre tomo esa referencia”.

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Le pusieron por nombre Juan Domingo por su abuelo paterno, que era peronista. Séptimo de doce hermanos, como manda la tradición criolla iba a ser ahijado de Perón, pero estalló la Revolución Libertadora en el cincuenta y cinco y eso quedó trunco, el General fue derrocado. Cuando se refiere a los estudios, se lamenta: “No tengo cabeza para eso”. Y agrega: “A mí me hubiera gustado tener la posibilidad de trabajar en otra cosa para aprender un oficio”. En la niñez, trabajaba durante el día y después iba a la escuela nocturna. En la secundaria fue a una escuela técnica: “Ahí teníamos talleres de electricidad y reparábamos radios y televisores. Pero nunca se me quedó en la cabeza”. La profesora de idiomas le pidió que pronuncie su nombre en inglés pero él, franco, se paró y le dijo que ni siquiera sabía su nombre en castellano. “Me echó de la clase, no volví más”, recuerda con risa amarga.

“A mis hijos siempre les digo que estudien, que miren cómo termino yo cada día, muy cansado, porque no me dediqué a aprender otra cosa. Les digo que no quiero que sean como yo. Es muy triste trabajar en la calle, hay más amargas que dulces acá”. Ahumada se llena de orgullo cuando habla de sus chicos. Además de Verónica, que está por culminar sus estudios en la Universidad Católica de Cuyo, el más chico, Juan Ezequiel (tiene dieciséis años) va al Colegio Nacional en la mañana. Jésica tuvo que cortar sus estudios de Administración Pública porque se casó y fue madre. La bebé, Ludmila, es la mañosa de Juan y de su esposa Elvira Arévalo. “Llevo una vida muy ordenada”, aclara el lustra zapatos que es el único sostén de su familia, ayudado por una pensión por discapacidad y por los trabajos como mozo que desempeña los fines de semana. 
                       
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En la rutina, Juan también va haciendo amigos. Dice que se lleva muy bien con el payaso Pucho y hace chistes diciendo que es el representante de El Grillo, el cantante callejero que hace base cerca de su puesto. Como recuerdos borrosos pero lindos de la niñez cuenta que jugaba mucho con los otros chicos que también lustraban zapatos, en esa época en la plaza 25 de Mayo. Ya más grande, tuvo como clientes a Jorge Estornell (fundador de Canal 8) y a Monseñor Idelfonso María Sansierra (ex obispo de San Juan). Como hincha del fútbol también vivió en su puesto de trabajo el ascenso de San Martín a Primera en el 2007: “Ese día vi el gol de Tonelotto en la vidriera de una casa de comercio y después me fui a festejar a la plaza”.

Todos los días se levanta como si fuera a la guerra. Adentro de su casa, cuando está por salir, sabe que allá afuera lo espera la adversidad, pero él sigue luchando. Alguna vez le robaron las pertenencias que guarda en la caja de acero. En esa misma caja guarda también el puff que necesita cada tanto porque es asmático. Cada día anda en su bicicleta por prescripción médica, porque tiene problemas coronarios: sufre de arritmia cardíaca. Además, tiene estrabismo desde chico. Se ríe: “Mirá, si es por enfermedad, las tengo todas”. Mal de muchos, consuelo del resto: “A él le hicieron un traqueotomía, está peor que yo”, más risas, mientras señala al payaso que divierte a los chicos en el centro de la peatonal.

Se pone serio: “Nunca le tuve miedo a la calle”, dice. ¿Cuándo va a dejar de trabajar?: “Voy a dejar el oficio cuando no aguante más, cuando el cuerpo diga basta”. Es un soldado que pelea cada día por lo que él denomina como “la mayor emoción”, que es “hacer unos mangos para gastar en la casa, con mi familia”. El lustra zapatos del cruce de las peatonales es el referente al que los sanjuaninos le preguntan a dónde quedan las calles o los negocios del centro. Es un anónimo famoso: “Donde voy me conocen. Hace unos días fui con mi señora a Pocito y escuché que una mujer le decía a su esposo: ‘Mirá, el lustrador’”.

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Anochece en la peatonal, los comercios empiezan a cerrar, los colectivos se llenan de empleados apurados por llegar a sus casas y las palomas desaparecen del paisaje céntrico. Juan, sentado en su trinchera se queda pensativo, mirando hacia adentro. Tal vez piensa que está ganando la guerra y posiblemente en el futuro, en algún rincón de la peatonal alguien, probablemente algún cliente ocasional, lo recuerde como un vencedor, de esos que le ponen el pecho a la vida y le dan un revés al destino. Juan se queda pensando… y sólo ese silencio de noche es testigo de su heroísmo...








Pablo Zama

viernes, 1 de abril de 2011

Diario de viaje: Indio Solari – Salta 2011


Locos de gran intensidad

Historias de rock y mito. Los pibes dueños de la bandera Héroe del whisky más, sanjuaninos que hicieron más de mil cien kilómetros para estar en el recital en el estadio Padre Martearena. Ninguno pudo ver en vivo a Los Redondos. Pero sus vidas están llenas del ritmo de esas letras. Siguen al Indio por todo el país.   




Nos quieren pacientes


Fotos: Rita Páez y Pablo Zama 


A las diez y veinte de la mañana sabatina está fresco. El ruido rancio del andar del bondi parece rozar paladares secos de resaca alegre. Los ojos abren ansiosos, aunque el lento trajinar de las horas son un puñal clavado en la carretera. Fue una noche agitada. Un cartel proselitista detalla que el asfalto ya pertenece a Rosario de la Frontera. Salta La Linda empieza a abrirse como un pulmón verde para el paso de la tribu, que bajo un cielo todavía tapado de nubes gordas y grises, va buscando el estadio Padre Martearena. Pasadas las once de la noche el pogo más grande del universo moverá los vidrios norteños. Y el Indio Solari, envuelto en las llamas del recuerdo ricotero, volverá, anteojos polarizados pese al rock nocturno y pelada redonda, a remozar el mito.
       
Pero antes, cincuenta y siete historias se cruzan en un colectivo de Del Sur y Media Agua unidas por una sola pasión. Entonces a las ocho menos veinte de la tarde del viernes, con el bondi todavía sin movimiento frente a la ex estación San Martín, Fredy, barba desaliñada y mirada rutera, va a descorchar la primera anécdota de esa cuasi-religión que viaja por las rutas argentinas siguiendo a su Pai: el último mes un chabón fue desde San Juan a Europa por un viaje de estudios y, parado frente al Muro de Berlín, decidió estampar su grafiti con la P, la R y la coronita para que el mundo llene sus ojos con el mito ricotero.

El aplauso generalizado indica que el colectivo se pone en marcha. Superlógico llena los oídos desde los parlantes ubicados arriba de los asientos. En la parte de atrás, un grupo de rawsinos se escudan en una bandera blanca con la inscripción Héroe del whisky más. Rita, Fredy, Cristian, Renzo, Lucas, Matías, Viki y Tere están listos para la larga previa. Un poco más adelante, Pelu (del grupo de los que viven cerca de La Rioja Chica, Concepción) habla con uno de los que viajan en los primeros lugares, su amigo le dice con tono algo dramático que rogaba no viajar con la amargura de una derrota: Dios me ayudó en eso al menos, San Martín le ganó a Chaca, menos mal dice y vuelve a su asiento. Jesi no tiene risa rubia, pero la morocha no para de tentarse a carcajadas estridentes con los chistes de Foqui, que viaja a su lado. Diego subirá apurado cuando el bondi haya superado la terminal caucetera, se someterá a los chistes de su hermano (Foqui) y de su amigo (Pelu), y sólo contará que casi se queda en San Juan, pero decidió salir en el auto a buscar el colectivo.


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Remera roja con la inscripción 8 de octubre día del guerrillero heroico Che Guevara, Renzo ya empieza a caminar por el pasillo y llamar la atención con sus chistes. Diego le dice a Pelu que si llegan a las doce van a poder improvisar un asado en un descampado. La banda de Rawson va más preparada: ya llevan la carne para el almuerzo a la vera de las calles salteñas.

Diego comenta, algo frustrado, que se le pinchó el viaje en auto con unos amigos y que por eso algunos de su grupo decidieron bajarse de la excursión a la misa india. Nos salía casi la mitad de la plata el viaje dice. Mira hacia arriba, a los parlantes, y aclara que el tema que invade el bondi es de la placa Momo Sampler. La Murga de la Virgencita flota en el aire. Rita canta junto a Matías.       
  
Hay aroma verde en algunos asientos. Por eso, Juan y Gustavo de la agencia Travel, que organizó el viaje, piden que esos humos sean apagados. El bondi pasa la Difunta Correa con Un poco de amor francés invadiendo los pasillos. Llega un rumor: el chofer amenaza con parar el colectivo en el próximo control policial. Desde el DVD que aportó Rita, todos escuchan ahora Todo un palo y recuerdan que en el 2009, justamente en el Padre Martearena, el Indio cantó ese tema.

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En Bermejo el bondi es frenado sorpresivamente. Una voz dice muchachos. Las miradas se levantan pesadamente en la noche. La misma voz informal pide que todo el alcohol sea entregado. Es un policía, que está acompañado de un hombre de camisa azul francia, rasgos gruesos y mirada severa detrás de los lentes gruesos. Los pibes se dan cuenta que ese hombre es el chofer.          
                     
Con la misma voz casi, otro policía pide los documentos de algunos de los pibes. Uno de ellos le pregunta a Fredy o Matías vos facha has traído alcohol? Pasame eso y dame el documento le dicen a Tere. Hay silencio sepulcral en los pasillos. Adónde van?, alguien responde con desgano: a Salta. También le quitan la bebida a Pelu.        
      
Afuera, los policías conversan con algunos de los pasajeros. Los quieren demorar para realizarles un acta contravencional. Pero después de mucha charla consiguen continuar en viaje. Desde adentro hay lamento generalizado cuando observan cómo los azules rompen las botellas. Ha sido el chofer se queja Renzo, que más tarde, en tono jocoso y a los gritos le echa la culpa al periodista. Me moría si me dejaban detenida cuenta Tere. Hemos perdido como en la guerra se sigue quejando Renzo.
     
El bondi continúa su marcha y la música sigue goteando de los parlantes. Renzo se hinca en su asiento y se tira hacia adelante para conversar sobre rock con Diego, los dos recién se conocen. Uno es la mística, es la voz y el otro es la viola empieza Renzo, argumentando sobre el remanido tema entre los ricoteros de quién se llevó más pergaminos, si fue el Indio Solari o Skay Beilinson. Y agrega, casi en monólogo, que no conoce los temas de la placa El Perfume de la Tempestad, que el Indio va a presentar la próxima noche, aclara que hace los más de mil cien kilómetros hacia Salta para escuchar sólo los temas de Los Redondos. Diego cuenta que le gustaba más Sui Géneris que Charly como solista y que además siguió a Los Piojos por Buenos Aires, Córdoba y Mendoza, en cerca de dieciséis recitales. Los Piojos tienen esa melancolía de barrio, que sé yo… Volviendo al tema central, Renzo baja un poco la voz para decir a mí en realidad me gusta más Skay.
    
Ya en Chepes, La Rioja, antes de la medianoche, Tere y Renzo reparten los últimos sánguches de milanesa, mientras se ríen de los sánguches de berenjena que la madre le dio a Matías. Parte de la tribu grita vamo’ Los Redo’. Diego ya duerme. Las voces empiezan apagarse y quedan sólo las risas y los cánticos de Rita, Matías y Cristian. Todavía faltan al menos doce horas más de viaje. 


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Ocho y media de la mañana y algunos bostezos topan con el tufo a gente amontonada que chorrea invisible en el pasillo, los asientos y los vidrios empañados. El bondi se detiene en una estación de servicios de las afueras de Tucumán. Hay colectivos de tribus de otras provincias también. Un porteño ingresa al baño y golpea una puerta. De adentro, alguien de piernas anchas y redondas que parecen salir por debajo de la puerta dice ocupado. La concha de la lora grita el otro. Qué culpa tiene a lora? pregunta el de adentro. Hay buen clima mientras las horas corren hacia las diez menos veinte de la noche, cuando explote el Padre Martearena. Empiezan a juntarse en las rutas los colectivos que viajan desde distintos puntos del país. Adentro de la estación, anteojos negros y pelada oportuna, dos Indios Solaris, uno más alto que el otro, se cruzan en un freezer y eligen bebidas. Uno de ellos saca una cerveza casi a los gritos con sus chistes para que los demás lo vean. Un policía lo mira desconcertado. Sos de San Martín de San Juan? bien ayer, gol de Penco, eh? bien, uno de los mimetizados personajes palmea a Diego que llega con su buzo con el escudo verdinegro. 
     
Vamos a copar Salta otra vez grita Matías, ojeras que detallan las pocas horas de sueño. El bondi avanza buscando los últimos kilómetros de viaje. Tere y Matías, que son novios, recién ahora pueden tener su momento para charlar a susurros. Renzo sigue haciendo chistes cerca de ellos. Diego no para de dormir. Entrando a Salta, las calles suben y bajan viboreando. Los estómagos se contraen. Renzo tropieza por el movimiento ondulante del colectivo y causa la risa de sus amigos.
 

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Estancia Cabeza de Buey. Los carteles a la vera del camino indican la proximidad con la capital salteña. Los cincuenta y siete pasajeros atraviesan el último control policial. El colectivo no se detiene. A la derecha viaja un minibús que en sus costados tiene la inscripción de un teléfono con número de área conocida. Son sanjuaninos apunta Diego. A los costados ya se ven las plantaciones de caña de azúcar. Salta es húmeda y alta. En las calles es común que los vendedores ambulantes ofrezcan bolsitas con hojas de coca. Jóvenes y grandes pasan a menudo con una mejilla hinchada mascando esa hoja que combate las consecuencias de la puna. Diego rememora el camino transitado hacia el recital de hace dos años: asegura que el bondi ya está cerca del estadio.

El colectivo pasa por la zona céntrica. Hay ricoteros por todos lados y un parque verde rodeado por construcciones, no tan lejanas, encima de las sierras. Una imagen distinta a otras urbes. Una ciudad que aparece tranquila y pintoresca. En el bondi suena Tatuajes, de la placa Porco Rex. Diego piensa en voz alta: para mí, en este tema habla de nosotros, de los fanáticos. Al lado de la calle hay pibes de Santa Fe que ya descansan esperando confesión y misa india
   
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Ya en las cercanías del estadio Padre Martearena, que desde afuera representa un enorme monstruo de cemento todavía sin mística ricotera, los pibes Héroes del whisky caminan rumbo a un descampado para preparar un asado. Se suman Luis y Emanuel, que viajaron en los asientos de adelante del colectivo. Las calles de la capital salteña están llenas de gente que se escuda en remeras negras rockeras para dejar dormida la rutina en la previa de un recital de gran escala. Entonces en el pavimento rebotan suelas gastadas por los viajes, saltan con las letras de Los Redondos que escapan de ventanas de las casas, de parlantes de los negocios, de autos parados a un costado del camino. Es la espera del clímax.

A una cuadra de todo ese circo especial, Chelo le abre la puerta de su casa a los pibes y les cobra tres pesos por pasar al baño. Chelo abre la puerta pero el primero en recibir amistosamente a la gente es un perro bóxer que tiene puesta una musculosa ricotera. Chelo no va a ir al recital. Se quedó sin laburo hace algunas semanas (se dedicaba a hacerle chapa y pintura a los vehículos de un taller). Él, como muchos de los lugareños, aprovechará para sacarle aunque sea un mínimo de rédito económico a la presentación india: venderá empanadas y otros alimentos en las cercanías del templo. Luis no se cansa de repetir que escuchó que en el  2009 quedó para los salteños la ganancia de al menos un millón de pesos. Adentro de la casa, dos mujeres amasan mientras conversan. Chelo mantiene limpio el baño para que los visitantes se sientan cómodos.

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A un costado del descampado cercano al estadio, el asador es Matías. Lucas está en la vereda salando las heridas vacunas. Tere condimenta la ensalada. Y a Viki la cargan porque dicen que no está haciendo nada. En el descampado, la hinchada de Peñarol de Salta canta con ruido de bombos mientras mastican carne jugosa. Hay sonidos y voces ricoteras que van copando el espacio, cada vez más, con el paso lento de los minutos. El sol pesa en las espaldas. Hace calor en Salta La Linda.

Renzo se ríe, ha creado un personaje del que saca todo tipo de historias. Es Aguirre, un hombre de la zona que les prestó la parrilla y que colabora con todo lo que los pibes necesitan. Aguirre, flaco, pelo largo canoso con resabios de tiempos rubios, casi un Payo Matesevach salteño, deja que algunos visitantes se sienten en el césped cercano a su 4x4 y les presta elementos para que puedan comer.

Emanuel casi no habla. Luis cuenta que si el Indio decide cantar en San Juan algún día, va a llevar a su novia al recital, porque a ella le cuesta entender por qué sigue tanto esas letras a veces metafóricas sobre la vida, otras tantas como cuchillo sutil a la política y los gobiernos, y por qué hace el esfuerzo de viajar tantos kilómetros para escucharlas.


El asado está listo. Matías se luce. Material blando y jugoso para amenizar la extensa previa. Los pibes toman un poco de pan y van a la caza de algún pedazo de carne o de un chorizo. La ensalada pasa casi desapercibida. Renzo se pone contento porque descubre mientras conversa que Luis y Emanuel también son hinchas de Unión de Villa Krause, como casi todo el grupo, a excepción de Rita que pertenece a la hinchada de Trinidad y por eso recibe todo tipo de chistes.

Alguien se aventura a preguntar qué pasaría si algún vecino de los monoblocks que están pegados al descampado pone a todo volumen la música de Soda Stereo. Lucas dice que seguro empezarían a llover piedras de todos lados.

Las remeras con inscripciones que recordarán el recital durante mucho tiempo, se vuelan de los tendederos precarios que colocaron los vendedores. En algunos sectores ya ensayan el pogo. 'Soy Redondo' es el grito que precede a la fiesta.


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Cuando ya es de noche, los pibes están en el campo de juego del estadio, expectantes. Las tribunas también empiezan a colmarse. Algunas banderas son desplegadas en los paravalanchas. Hay gritos cada vez más fuertes, pero se callan esperando por algún ruido, algún indicio en el escenario de que el Pai de ese movimiento de masas está por salir.

El recital se demora cuarenta minutos. Los cánticos de hinchada futbolera hacia el recuerdo inmanente de una de las mejores bandas de la historia musical argentina cobran estridencia. Hasta que el Indio y Los Fundamentalistas del Aire Acondicionado, finalmente a las diez menos veinte, saltan a escena. Y estalla el Padre Ernesto Martearena:    


Todos a los botes, el comienzo. Rita salió disparada hacia delante. Me pegaron hasta una piña, no se podía estar, pero fue groso verlo desde ahí va a contar después. Lo mismo que Lucas, que jamás lo vio desde tan cerca, a pocos metros de las vallas. Matías, Tere, Viki y Renzo se quedan más atrás. Fredy, Luis y Emanuel se perdieron en el tumulto de gente. La masa de cuarenta mil personas, estadio lleno, se convierte, en temas como Queso Ruso, en una marea anímica hipnotizada por su líder de camisa celeste y anteojos negros.

Renzo canta todos los temas de Los Redondos, pero escucha en silencio en la mayoría de las letras solistas. Tere es la única que sabe todos los temas. Matías lo vive tranquilo, sin exaltarse. Viki canta mientras mira con sorpresa el espectáculo, es la primera vez que viaja a una misa india. El Infierno está encantador hace explotar todos los silencios y tajea las gargantas, que empiezan a enrojecerse. Serán veintiséis temas volando en el aire salteño y al menos dos horas de recital. Otra vez los trapos flotarán en el espacio con Juguetes Perdidos. También la marea abrirá huecos redondos para el pogo más grande del universo (bautizado así por el Indio en Tandil 2010), Jijiji levantará los techos de la urbe norteña y dejará su sello hasta la próxima visita. Los pibes entran como en un trance y gritan cada uno de los temas, no hay moderación en las gargantas de los fieles. El pelado de anteojos polarizados pregunta quiénes hicieron mil setecientos kilómetros. Levanta los aplausos de todos cuando recuerda a los desaparecidos en la última dictadura militar. En Todos a los botes se pregunta quiénes mueven así los hilos en los gobiernos. La lapicera frena su trayecto en la hoja del anotador, mientras la bandera de los Héroes del whisky termina de flamear en Salta y empieza a pensar en el mayo juninense.

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Después del recital, Renzo cuenta que esperaba más temas. Lucas, cansado por el pogo, dice que fue espectacular. El regreso hacia el bondi es casi en silencio por el cansancio alegre. La misa culmina con el viaje de vuelta de los fieles. Sentado, agotado, sobre el cordón de la calle un marplatense alcanza a largar el calificativo impresionante y aclara que viajó más de un día para escuchar dos horas de letras con nostalgia ricotera.

Adentro del bondi, no existe el bullicio del comienzo de la excursión, y faltan más de dieciséis horas de viaje para llegar. Falta pasar por Tucumán y que los gendarmes revisen abajo del colectivo una por una las mochilas de los pasajeros, mientras el frío se cuela en la vísceras como cuchillos de madrugada oscura. Falta parar al mediodía en Chepes para comer. Falta llegar a San Juan y volver a la rutina con la cabeza todavía en otra dimensión.

Los Héroes del whisky rawsino ya empiezan a imaginar el próximo recital, cuando el colectivo todavía no arrancó para salir de Salta. En mayo, Fredy tal vez rompa nuevamente el hielo en el comienzo del viaje y cuente otra locura similar a la de aquel amigo suyo que fue desde San Juan a Europa y, parado frente al Muro de Berlín, estampó su grafiti con la P, la R y la coronita. Pasada la una de la mañana la tribu sale a la ruta otra vez, de regreso. Arriba, en el parabrisas, un dedo silencioso dibuja, despacio, minuciosamente en el vidrio empañado, la marca indeleble de toda esa locura: Indio.        




“Y sí, muchos preguntan: ‘¿y te vas hasta allá?’,
‘¿y te gastás esa plata?’... ‘estás re loco’.
Pero bueno... así soy feliz… Salir a la ruta…
vivir esas sensaciones… hacer nuevas amistades
…y gritar con bronca esos temas…”

Lucas.






    Pablo Zama