viernes, 1 de abril de 2011

Diario de viaje: Indio Solari – Salta 2011


Locos de gran intensidad

Historias de rock y mito. Los pibes dueños de la bandera Héroe del whisky más, sanjuaninos que hicieron más de mil cien kilómetros para estar en el recital en el estadio Padre Martearena. Ninguno pudo ver en vivo a Los Redondos. Pero sus vidas están llenas del ritmo de esas letras. Siguen al Indio por todo el país.   




Nos quieren pacientes


Fotos: Rita Páez y Pablo Zama 


A las diez y veinte de la mañana sabatina está fresco. El ruido rancio del andar del bondi parece rozar paladares secos de resaca alegre. Los ojos abren ansiosos, aunque el lento trajinar de las horas son un puñal clavado en la carretera. Fue una noche agitada. Un cartel proselitista detalla que el asfalto ya pertenece a Rosario de la Frontera. Salta La Linda empieza a abrirse como un pulmón verde para el paso de la tribu, que bajo un cielo todavía tapado de nubes gordas y grises, va buscando el estadio Padre Martearena. Pasadas las once de la noche el pogo más grande del universo moverá los vidrios norteños. Y el Indio Solari, envuelto en las llamas del recuerdo ricotero, volverá, anteojos polarizados pese al rock nocturno y pelada redonda, a remozar el mito.
       
Pero antes, cincuenta y siete historias se cruzan en un colectivo de Del Sur y Media Agua unidas por una sola pasión. Entonces a las ocho menos veinte de la tarde del viernes, con el bondi todavía sin movimiento frente a la ex estación San Martín, Fredy, barba desaliñada y mirada rutera, va a descorchar la primera anécdota de esa cuasi-religión que viaja por las rutas argentinas siguiendo a su Pai: el último mes un chabón fue desde San Juan a Europa por un viaje de estudios y, parado frente al Muro de Berlín, decidió estampar su grafiti con la P, la R y la coronita para que el mundo llene sus ojos con el mito ricotero.

El aplauso generalizado indica que el colectivo se pone en marcha. Superlógico llena los oídos desde los parlantes ubicados arriba de los asientos. En la parte de atrás, un grupo de rawsinos se escudan en una bandera blanca con la inscripción Héroe del whisky más. Rita, Fredy, Cristian, Renzo, Lucas, Matías, Viki y Tere están listos para la larga previa. Un poco más adelante, Pelu (del grupo de los que viven cerca de La Rioja Chica, Concepción) habla con uno de los que viajan en los primeros lugares, su amigo le dice con tono algo dramático que rogaba no viajar con la amargura de una derrota: Dios me ayudó en eso al menos, San Martín le ganó a Chaca, menos mal dice y vuelve a su asiento. Jesi no tiene risa rubia, pero la morocha no para de tentarse a carcajadas estridentes con los chistes de Foqui, que viaja a su lado. Diego subirá apurado cuando el bondi haya superado la terminal caucetera, se someterá a los chistes de su hermano (Foqui) y de su amigo (Pelu), y sólo contará que casi se queda en San Juan, pero decidió salir en el auto a buscar el colectivo.


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Remera roja con la inscripción 8 de octubre día del guerrillero heroico Che Guevara, Renzo ya empieza a caminar por el pasillo y llamar la atención con sus chistes. Diego le dice a Pelu que si llegan a las doce van a poder improvisar un asado en un descampado. La banda de Rawson va más preparada: ya llevan la carne para el almuerzo a la vera de las calles salteñas.

Diego comenta, algo frustrado, que se le pinchó el viaje en auto con unos amigos y que por eso algunos de su grupo decidieron bajarse de la excursión a la misa india. Nos salía casi la mitad de la plata el viaje dice. Mira hacia arriba, a los parlantes, y aclara que el tema que invade el bondi es de la placa Momo Sampler. La Murga de la Virgencita flota en el aire. Rita canta junto a Matías.       
  
Hay aroma verde en algunos asientos. Por eso, Juan y Gustavo de la agencia Travel, que organizó el viaje, piden que esos humos sean apagados. El bondi pasa la Difunta Correa con Un poco de amor francés invadiendo los pasillos. Llega un rumor: el chofer amenaza con parar el colectivo en el próximo control policial. Desde el DVD que aportó Rita, todos escuchan ahora Todo un palo y recuerdan que en el 2009, justamente en el Padre Martearena, el Indio cantó ese tema.

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En Bermejo el bondi es frenado sorpresivamente. Una voz dice muchachos. Las miradas se levantan pesadamente en la noche. La misma voz informal pide que todo el alcohol sea entregado. Es un policía, que está acompañado de un hombre de camisa azul francia, rasgos gruesos y mirada severa detrás de los lentes gruesos. Los pibes se dan cuenta que ese hombre es el chofer.          
                     
Con la misma voz casi, otro policía pide los documentos de algunos de los pibes. Uno de ellos le pregunta a Fredy o Matías vos facha has traído alcohol? Pasame eso y dame el documento le dicen a Tere. Hay silencio sepulcral en los pasillos. Adónde van?, alguien responde con desgano: a Salta. También le quitan la bebida a Pelu.        
      
Afuera, los policías conversan con algunos de los pasajeros. Los quieren demorar para realizarles un acta contravencional. Pero después de mucha charla consiguen continuar en viaje. Desde adentro hay lamento generalizado cuando observan cómo los azules rompen las botellas. Ha sido el chofer se queja Renzo, que más tarde, en tono jocoso y a los gritos le echa la culpa al periodista. Me moría si me dejaban detenida cuenta Tere. Hemos perdido como en la guerra se sigue quejando Renzo.
     
El bondi continúa su marcha y la música sigue goteando de los parlantes. Renzo se hinca en su asiento y se tira hacia adelante para conversar sobre rock con Diego, los dos recién se conocen. Uno es la mística, es la voz y el otro es la viola empieza Renzo, argumentando sobre el remanido tema entre los ricoteros de quién se llevó más pergaminos, si fue el Indio Solari o Skay Beilinson. Y agrega, casi en monólogo, que no conoce los temas de la placa El Perfume de la Tempestad, que el Indio va a presentar la próxima noche, aclara que hace los más de mil cien kilómetros hacia Salta para escuchar sólo los temas de Los Redondos. Diego cuenta que le gustaba más Sui Géneris que Charly como solista y que además siguió a Los Piojos por Buenos Aires, Córdoba y Mendoza, en cerca de dieciséis recitales. Los Piojos tienen esa melancolía de barrio, que sé yo… Volviendo al tema central, Renzo baja un poco la voz para decir a mí en realidad me gusta más Skay.
    
Ya en Chepes, La Rioja, antes de la medianoche, Tere y Renzo reparten los últimos sánguches de milanesa, mientras se ríen de los sánguches de berenjena que la madre le dio a Matías. Parte de la tribu grita vamo’ Los Redo’. Diego ya duerme. Las voces empiezan apagarse y quedan sólo las risas y los cánticos de Rita, Matías y Cristian. Todavía faltan al menos doce horas más de viaje. 


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Ocho y media de la mañana y algunos bostezos topan con el tufo a gente amontonada que chorrea invisible en el pasillo, los asientos y los vidrios empañados. El bondi se detiene en una estación de servicios de las afueras de Tucumán. Hay colectivos de tribus de otras provincias también. Un porteño ingresa al baño y golpea una puerta. De adentro, alguien de piernas anchas y redondas que parecen salir por debajo de la puerta dice ocupado. La concha de la lora grita el otro. Qué culpa tiene a lora? pregunta el de adentro. Hay buen clima mientras las horas corren hacia las diez menos veinte de la noche, cuando explote el Padre Martearena. Empiezan a juntarse en las rutas los colectivos que viajan desde distintos puntos del país. Adentro de la estación, anteojos negros y pelada oportuna, dos Indios Solaris, uno más alto que el otro, se cruzan en un freezer y eligen bebidas. Uno de ellos saca una cerveza casi a los gritos con sus chistes para que los demás lo vean. Un policía lo mira desconcertado. Sos de San Martín de San Juan? bien ayer, gol de Penco, eh? bien, uno de los mimetizados personajes palmea a Diego que llega con su buzo con el escudo verdinegro. 
     
Vamos a copar Salta otra vez grita Matías, ojeras que detallan las pocas horas de sueño. El bondi avanza buscando los últimos kilómetros de viaje. Tere y Matías, que son novios, recién ahora pueden tener su momento para charlar a susurros. Renzo sigue haciendo chistes cerca de ellos. Diego no para de dormir. Entrando a Salta, las calles suben y bajan viboreando. Los estómagos se contraen. Renzo tropieza por el movimiento ondulante del colectivo y causa la risa de sus amigos.
 

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Estancia Cabeza de Buey. Los carteles a la vera del camino indican la proximidad con la capital salteña. Los cincuenta y siete pasajeros atraviesan el último control policial. El colectivo no se detiene. A la derecha viaja un minibús que en sus costados tiene la inscripción de un teléfono con número de área conocida. Son sanjuaninos apunta Diego. A los costados ya se ven las plantaciones de caña de azúcar. Salta es húmeda y alta. En las calles es común que los vendedores ambulantes ofrezcan bolsitas con hojas de coca. Jóvenes y grandes pasan a menudo con una mejilla hinchada mascando esa hoja que combate las consecuencias de la puna. Diego rememora el camino transitado hacia el recital de hace dos años: asegura que el bondi ya está cerca del estadio.

El colectivo pasa por la zona céntrica. Hay ricoteros por todos lados y un parque verde rodeado por construcciones, no tan lejanas, encima de las sierras. Una imagen distinta a otras urbes. Una ciudad que aparece tranquila y pintoresca. En el bondi suena Tatuajes, de la placa Porco Rex. Diego piensa en voz alta: para mí, en este tema habla de nosotros, de los fanáticos. Al lado de la calle hay pibes de Santa Fe que ya descansan esperando confesión y misa india
   
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Ya en las cercanías del estadio Padre Martearena, que desde afuera representa un enorme monstruo de cemento todavía sin mística ricotera, los pibes Héroes del whisky caminan rumbo a un descampado para preparar un asado. Se suman Luis y Emanuel, que viajaron en los asientos de adelante del colectivo. Las calles de la capital salteña están llenas de gente que se escuda en remeras negras rockeras para dejar dormida la rutina en la previa de un recital de gran escala. Entonces en el pavimento rebotan suelas gastadas por los viajes, saltan con las letras de Los Redondos que escapan de ventanas de las casas, de parlantes de los negocios, de autos parados a un costado del camino. Es la espera del clímax.

A una cuadra de todo ese circo especial, Chelo le abre la puerta de su casa a los pibes y les cobra tres pesos por pasar al baño. Chelo abre la puerta pero el primero en recibir amistosamente a la gente es un perro bóxer que tiene puesta una musculosa ricotera. Chelo no va a ir al recital. Se quedó sin laburo hace algunas semanas (se dedicaba a hacerle chapa y pintura a los vehículos de un taller). Él, como muchos de los lugareños, aprovechará para sacarle aunque sea un mínimo de rédito económico a la presentación india: venderá empanadas y otros alimentos en las cercanías del templo. Luis no se cansa de repetir que escuchó que en el  2009 quedó para los salteños la ganancia de al menos un millón de pesos. Adentro de la casa, dos mujeres amasan mientras conversan. Chelo mantiene limpio el baño para que los visitantes se sientan cómodos.

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A un costado del descampado cercano al estadio, el asador es Matías. Lucas está en la vereda salando las heridas vacunas. Tere condimenta la ensalada. Y a Viki la cargan porque dicen que no está haciendo nada. En el descampado, la hinchada de Peñarol de Salta canta con ruido de bombos mientras mastican carne jugosa. Hay sonidos y voces ricoteras que van copando el espacio, cada vez más, con el paso lento de los minutos. El sol pesa en las espaldas. Hace calor en Salta La Linda.

Renzo se ríe, ha creado un personaje del que saca todo tipo de historias. Es Aguirre, un hombre de la zona que les prestó la parrilla y que colabora con todo lo que los pibes necesitan. Aguirre, flaco, pelo largo canoso con resabios de tiempos rubios, casi un Payo Matesevach salteño, deja que algunos visitantes se sienten en el césped cercano a su 4x4 y les presta elementos para que puedan comer.

Emanuel casi no habla. Luis cuenta que si el Indio decide cantar en San Juan algún día, va a llevar a su novia al recital, porque a ella le cuesta entender por qué sigue tanto esas letras a veces metafóricas sobre la vida, otras tantas como cuchillo sutil a la política y los gobiernos, y por qué hace el esfuerzo de viajar tantos kilómetros para escucharlas.


El asado está listo. Matías se luce. Material blando y jugoso para amenizar la extensa previa. Los pibes toman un poco de pan y van a la caza de algún pedazo de carne o de un chorizo. La ensalada pasa casi desapercibida. Renzo se pone contento porque descubre mientras conversa que Luis y Emanuel también son hinchas de Unión de Villa Krause, como casi todo el grupo, a excepción de Rita que pertenece a la hinchada de Trinidad y por eso recibe todo tipo de chistes.

Alguien se aventura a preguntar qué pasaría si algún vecino de los monoblocks que están pegados al descampado pone a todo volumen la música de Soda Stereo. Lucas dice que seguro empezarían a llover piedras de todos lados.

Las remeras con inscripciones que recordarán el recital durante mucho tiempo, se vuelan de los tendederos precarios que colocaron los vendedores. En algunos sectores ya ensayan el pogo. 'Soy Redondo' es el grito que precede a la fiesta.


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Cuando ya es de noche, los pibes están en el campo de juego del estadio, expectantes. Las tribunas también empiezan a colmarse. Algunas banderas son desplegadas en los paravalanchas. Hay gritos cada vez más fuertes, pero se callan esperando por algún ruido, algún indicio en el escenario de que el Pai de ese movimiento de masas está por salir.

El recital se demora cuarenta minutos. Los cánticos de hinchada futbolera hacia el recuerdo inmanente de una de las mejores bandas de la historia musical argentina cobran estridencia. Hasta que el Indio y Los Fundamentalistas del Aire Acondicionado, finalmente a las diez menos veinte, saltan a escena. Y estalla el Padre Ernesto Martearena:    


Todos a los botes, el comienzo. Rita salió disparada hacia delante. Me pegaron hasta una piña, no se podía estar, pero fue groso verlo desde ahí va a contar después. Lo mismo que Lucas, que jamás lo vio desde tan cerca, a pocos metros de las vallas. Matías, Tere, Viki y Renzo se quedan más atrás. Fredy, Luis y Emanuel se perdieron en el tumulto de gente. La masa de cuarenta mil personas, estadio lleno, se convierte, en temas como Queso Ruso, en una marea anímica hipnotizada por su líder de camisa celeste y anteojos negros.

Renzo canta todos los temas de Los Redondos, pero escucha en silencio en la mayoría de las letras solistas. Tere es la única que sabe todos los temas. Matías lo vive tranquilo, sin exaltarse. Viki canta mientras mira con sorpresa el espectáculo, es la primera vez que viaja a una misa india. El Infierno está encantador hace explotar todos los silencios y tajea las gargantas, que empiezan a enrojecerse. Serán veintiséis temas volando en el aire salteño y al menos dos horas de recital. Otra vez los trapos flotarán en el espacio con Juguetes Perdidos. También la marea abrirá huecos redondos para el pogo más grande del universo (bautizado así por el Indio en Tandil 2010), Jijiji levantará los techos de la urbe norteña y dejará su sello hasta la próxima visita. Los pibes entran como en un trance y gritan cada uno de los temas, no hay moderación en las gargantas de los fieles. El pelado de anteojos polarizados pregunta quiénes hicieron mil setecientos kilómetros. Levanta los aplausos de todos cuando recuerda a los desaparecidos en la última dictadura militar. En Todos a los botes se pregunta quiénes mueven así los hilos en los gobiernos. La lapicera frena su trayecto en la hoja del anotador, mientras la bandera de los Héroes del whisky termina de flamear en Salta y empieza a pensar en el mayo juninense.

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Después del recital, Renzo cuenta que esperaba más temas. Lucas, cansado por el pogo, dice que fue espectacular. El regreso hacia el bondi es casi en silencio por el cansancio alegre. La misa culmina con el viaje de vuelta de los fieles. Sentado, agotado, sobre el cordón de la calle un marplatense alcanza a largar el calificativo impresionante y aclara que viajó más de un día para escuchar dos horas de letras con nostalgia ricotera.

Adentro del bondi, no existe el bullicio del comienzo de la excursión, y faltan más de dieciséis horas de viaje para llegar. Falta pasar por Tucumán y que los gendarmes revisen abajo del colectivo una por una las mochilas de los pasajeros, mientras el frío se cuela en la vísceras como cuchillos de madrugada oscura. Falta parar al mediodía en Chepes para comer. Falta llegar a San Juan y volver a la rutina con la cabeza todavía en otra dimensión.

Los Héroes del whisky rawsino ya empiezan a imaginar el próximo recital, cuando el colectivo todavía no arrancó para salir de Salta. En mayo, Fredy tal vez rompa nuevamente el hielo en el comienzo del viaje y cuente otra locura similar a la de aquel amigo suyo que fue desde San Juan a Europa y, parado frente al Muro de Berlín, estampó su grafiti con la P, la R y la coronita. Pasada la una de la mañana la tribu sale a la ruta otra vez, de regreso. Arriba, en el parabrisas, un dedo silencioso dibuja, despacio, minuciosamente en el vidrio empañado, la marca indeleble de toda esa locura: Indio.        




“Y sí, muchos preguntan: ‘¿y te vas hasta allá?’,
‘¿y te gastás esa plata?’... ‘estás re loco’.
Pero bueno... así soy feliz… Salir a la ruta…
vivir esas sensaciones… hacer nuevas amistades
…y gritar con bronca esos temas…”

Lucas.






    Pablo Zama