“Somos presos de la
burocracia judicial”
Sebastián,
el hermano de la chica de diecinueve años que murió atropellada en agosto del
dos mil nueve en Rivadavia, asiste al cumpleaños de la impotencia: hoy el fallo del
juez Eduardo Gil sopla su primera velita, pero el condenado está libre.
Amargado, el joven dice: “Pareciera que Gustavo Cortez reventó a un perro
contra un portón”.
Morocho, flaco, de mirada distante, atraviesa calle
Santa Fe hacia el oeste llegando a la intersección con Salta en una bicicleta
de carrera. La siesta de otoño que cesó su ruido en el recreo de la rutina que
se toma San Juan, me aturde con esa imagen imprevista. El conductor de la
bicicleta tiene una condena de tres años y ocho meses de prisión por manejar en
estado de ebriedad, subirse a una vereda de calle Comandante Cabot en un
Volkswagen Gol plateado y matar a una chica de diecinueve años.
Ese miércoles veintiséis de agosto de dos mil nueve,
minutos antes de las nueve de la mañana, María Celeste Archerito iba, como cada
día, a trabajar a la veterinaria de su primo. Le envió un mensaje de texto a su
novio para que sepa que había llegado bien hasta Rivadavia, pero no pudo
reenviárselo a su madre porque el auto la estampilló contra un portón. Gustavo
Fabián Cortez, de veintiséis años, goza de la libertad pese a que hoy se
cumple un año de la condena que le aplicó el juez Eduardo Gil, del segundo
juzgado Correccional de San Juan.
La imagen me deja perplejo un segundo esa siesta de
día martes otoñal, porque tres días antes, micrófono de por medio, un hombre
robusto de veintisiete años, barba, corte de pelo al estilo metalero, con la
voz a punto de quebrar y la mirada espesa, me decía: “Pareciera como que Cortez
reventó a un perro contra un portón”. Pausa. No pide nada en el café y se niega
a que le invite algo. El joven que tiene en sus manos una pancarta con la cara
de esa linda chica, rubia, alegre, que hace casi tres años dejó de sonreír para
siempre, es Sebastián, el hermano compinche de Celeste.
Siete paros cardíacos: Celeste muere en el hospital
“Cuando paso por el lugar en donde atropellaron a mi
hermana cierro los ojos y agacho la cabeza. Siento un dolor inmenso, porque me
la imagino tirada, el portón abierto y ese tipo borracho adentro del auto
pidiendo que lo auxilien a él y no a Celeste”, cuenta Sebastián.
Faltaban pocos minutos para las nueve de la mañana
del miércoles veintiséis de agosto de dos mil nueve. Remedios Moyano no recibe
el mensaje de texto habitual de su hija antes de entrar a trabajar. Entonces
empieza a llamarla, pero del otro lado no hay respuesta. “Cuando me llama mi
hermana Carolina me voy a Urgencia del Hospital Rawson y la veo a Celeste en la
camilla, con toda la ropa destrozada y con los médicos trabajando encima de
ella. Mi primo nos cuenta que se la había llevado por delante un ebrio que
venía manejando en sentido contrario y que se subió a la vereda”, recuerda. La
joven tiene un derrame interno. Los médicos le piden permiso a la familia para
operarla. Los cirujanos descubren que el vaso está reventado, el hígado
destrozado y un pulmón totalmente cubierto de sangre.
“Sale un médico y nos dice que estaba estable, aunque había tenido algunos paros cardíacos durante la operación –cuenta
Archerito-. Pero después lo llaman de urgencia y al rato vuelve y nos dice que
por los siete paros Celeste no había sobrevivido”. A las seis y media de
la tarde de ese miércoles, la joven profesora de arte escénico y declamación,
además estudiante de Administración de Empresas y Contador Público Nacional
en la Universidad Nacional de San Juan, dejó de respirar: “Al momento de
fallecer tenía un coágulo del tamaño de un puño en la cabeza, las primeras
vértebras de la columna y la muñeca quebradas y varios órganos ya no servían”.
A partir de ahí la vida de los Archerito dio un
vuelco inesperado. Llegaron las marchas para pedir justicia y el aprendizaje de
toda esa telaraña judicial que desconocían. Para Sebastián todo cambió
abruptamente: su hermana más chica se había ido para siempre.
El
laberinto: enrejados
“¡Tomá por hijo de puta, ahora vas a ir en cana!”,
gritó ante las cámaras de televisión cuando los periodistas le preguntaron
cuáles eran sus palabras para Gustavo Cortez, a quien sólo nombra como “el
asesino de Celeste”. Fue el veintiséis de abril de dos mil once, cuando
Sebastián (el tercero de los cuatro hermanos Archerito) por consejo de su madre
y del abogado Pablo Flores no presenció el juicio. Esperó afuera de Tribunales
el veredicto del juez Eduardo Gil. Cuando le dijeron que el acusado había sido
condenado estalló en lágrimas. En ese momento se trataba de un fallo histórico
para una provincia acostumbrada a que las penas queden en suspenso en este tipo de casos.
Pero esa euforia iba a ser aplastada pocos días
después por las presentaciones de la defensa del sentenciado que retrasaron el
cumplimiento efectivo de la condena. Así, Sebastián y su familia empezaron a
transitar un laberinto judicial que parece emular a un relato borgiano: es
difícil tener certezas sobre la salida del túnel. El desahogo del día del
juicio se perdió envuelto en la humareda de papeles e idas y vueltas que hoy
entre gallardetes y globos sombríos celebran su primer año.
Zama -
¿Se sienten presos, enrejados por esa burocracia judicial?
Archerito - Sí…
porque no podemos hacer nada. El Código Penal permite tener todo ese tipo de
plazos y de chanteríos que los abogados pueden presentar para que su defendido
siga gozando de la libertad.
Inmediatamente después de conocida la sentencia, la
defensa de Cortez tuvo el tiempo que otorga la justicia para apelar el fallo
(además de los años de cárcel también quedaba inhabilitado por siete años para
manejar). El abogado Leonardo Villalba hizo uso de esa instancia pero la pena
no fue modificada. “Ellos realizaron otra presentación en diciembre y fue la
mayor falta de respeto que tuvieron hacia nosotros. A fines de noviembre ya los
habían notificado de que les denegaban el pedido de casación –un recurso para
anular una sentencia por considerarla incorrecta en su interpretación o
aplicación- y les
dieron diez días hábiles para hacer alguna otra presentación”, rememora con
impotencia el hermano de Celeste.
A las once de la mañana del último día de ese
plazo, Villalba se presenta en Tribunales y renuncia como abogado defensor. A
Gustavo Cortez le otorgan cinco días hábiles más para que presente a otro
profesional: Federico Rodríguez. El nuevo defensor a su vez eleva una nota
pidiendo una extensión de plazo para interiorizarse del caso y después,
llegando a fines de diciembre, Rodríguez presenta una nueva solicitud de
casación “con, prácticamente, el mismo argumento que el de Villalba: que su
defendido es joven, estudia y trabaja y que no tiene antecedentes policiales…”. Llega la feria
judicial y se paraliza el traslado del sentenciado al Instituto Penitenciario
Provincial. Pasado ese receso, los integrantes de la Corte de Justicia de San Juan, Adolfo
Caballero, Juan Carlos Caballero Vidal y Abel Soria Vega analizan la presentación. Si los magistrados determinan la revisión de la pena, ésta deberá ser argumentada en la Corte Suprema de Justicia de la Nación. Si, en cambio, el pedido de casación no es aceptado, el juez Eduardo Gil deberá mandar a detener al condenado libre.
Pasan los meses y la euforia del joven y su familia
por la condena se desvanece entre las sombras que cubren el ocaso de cada día
que pasa silencioso clavándoles en el alma aún más el puñal de la impunidad.
“Mi hermana todavía no puede descansar en paz”, dice el único hombre de la
familia. Su padre murió cuatro años antes que Celeste.
La
probation, batalla ganada
Además del veintiséis de agosto de dos mil nueve y
del veintiséis de abril del año pasado, para los Archerito otra fecha que
pasó a ser importante es el trece de mayo del dos mil diez. Ese día en Tribunales salió la resolución que indicaba que para ese caso no se iba a
aplicar la probation, un recurso judicial que permite la excarcelación del
condenado a través de la asignación de tareas comunitarias específicas que
debería realizar por un tiempo determinado. Eso fue solicitado por el abogado
defensor de Gustavo Cortez antes del fallo del doctor Gil.
“Cuando nos enteramos de qué se trataba la probation
nos pareció una burla. Entonces desde ese momento empezamos a hacer una vigilia
en la puerta de tribunales exigiendo que no se aplicara a los accidentes de
tránsito”, explica Sebastián. El joven cuenta además que Cortez hizo una
presentación que incluía el pago de una suma de dinero en cuotas y la
realización de tareas comunitarias en una escuela.
Después del reclamo durante cuarenta días de los
Archerito junto a otras familias que sufren casos similares, la justicia
sanjuanina sacó una resolución en donde especificaba que en las penas en donde
exista inhabilitación debe dejarse sin efecto la posibilidad de
que el acusado acceda a la probation.
Ya
nada será igual
“En estos días hemos estado haciendo salsa de tomate
en mi casa y nos acordábamos de mi viejo y de Celeste, porque toda la familia
se reunía siempre para eso. Son recuerdos muy dolorosos para nosotros”.
Sebastián Archerito dice que el golpe que recibió con la muerte de su hermana
menor lo cambió mucho: “Me di cuenta de que nadie tiene comprada la vida, por
más plata, por más salud que uno tenga... porque podés ir caminando por la
calle y viene un tipo en un auto y te revienta como un perro”.
Después del fallecimiento de su padre, Sebastián
pasó a cumplir un rol más importante sobre Celeste. “Es un dolor imposible de
borrar porque ella para mí era la hermana con la que tenía más llegada. Era la
nena mimada de toda la familia. Hay días en que estoy mal, re pinchado.
Pero adelante de mis otras hermanas y de mi vieja capaz que no lo muestro mucho,
para protegerlas. Aunque siento eso de no poder desahogarme, de no tener todavía
un duelo como corresponde”, confiesa ese joven de veintisiete años de mirada
transparente pero endurecida, que asegura que le cuesta muchísimo salir a la
calle de noche porque no soporta ver a la gente tomando de más. “A mi hermana
la asesinó un borracho. Por eso ahora, por ejemplo, si mis amigos se ponen a
tomar, yo directamente me voy a mi casa, no los puedo ver, me cuesta
mucho”.
Zama -
¿Seguís creyendo en la Justicia a pesar de todo?
Archerito -
Y… mirá, no me queda otra que creer, que
confiar que en algún momento esto va a cerrar y va a haber justicia.
Zama -
¿En algún momento tuviste miedo de encontrarlo en la calle a Gustavo Cortez y
perder el control?
Archerito - Tengo
miedo de verlo y no saber medirme. Pero yo no me voy a ensuciar las manos por
un tipo como ese. Aunque con todo lo que ha pasado me costaría mucho verlo. Una
de mis hermanas lo ha visto y una prima se lo ha encontrado en un boliche
comprando un copón de cerveza.
Zama - O
sea que sigue tomando…
Archerito -
Sí, y a mi prima le sonrió como sobrándola. Porque el tipo tiene el privilegio
de gozar de la libertad estando condenado, ¿viste? Además, fíjate en las notas
periodísticas con la soberbia con la que se maneja, porque él ya nos ha
perdonado, eh?...
Zama
- ¿Cómo?,
¿no les pide disculpas sino que los perdona?
Archerito
- Claro,
después de decir un montón de barbaridades en una nota, aclaró que ya nos ha
perdonado y que si su perdón no nos es suficiente todavía tenemos el perdón de
Dios, comparándose no sé con quién….
Zama
-
¿En todo este tiempo tuvieron algún llamado telefónico o alguna comunicación de
la familia Cortez?
Archerito
–
No, nada. Es más, ni llamados del abogado.
El nueve de marzo Celeste debería haber llegado a
sus veintidós años, pero en agosto va a cumplir tres de fallecida y hoy quien
la atropelló, hace un año que es un condenado libre.
El caso Archerito con el paso del tiempo se tornó
emblemático en San Juan de una cantidad significativa de muertes que existen con
el sello de la negligencia en siniestros viales y que aún no tienen a los
culpables tras las rejas. Su mamá y sus hermanas Marianela y Carolina junto a
Sebastián se unieron a "Los familiares de víctimas de accidentes de tránsito" para crear consciencia y
pedir justicia en cada uno de los casos.
Para el hermano de la chica, la herida que se abrió
el veintiséis de agosto de dos mil nueve no cerrará jamás: “Lo único que puede
suceder es que el dolor se calme un poco nomás, y eso va a pasar cuando vea a
Gustavo Cortez entrando al Penal de Chimbas. Eso nos va a permitir cerrar una
ventana en todo este tema. Cerrar el libro de esta parte
de mi vida y empezar otro, pensando en cómo encaro todo lo que viene a pesar de este dolor”.
Pablo
Zama