jueves, 25 de agosto de 2016

Carlos Goya Martínez Aranda

La historia del nieto recuperado en San Juan     

Supo cuál era su verdadera identidad en 2008, cuando ya tenía 29 años. Nació en España. Conoció a su abuela paterna de 94 años poco antes de su fallecimiento y recorrió la zona de México en donde nació su mamá. El hincha de Sportivo Desamparados mantiene el vínculo con sus “hermanos del corazón” y dice que logró perdonar a su apropiador, aunque nunca justificará lo que hizo.                     


Los himnos que hoy se escuchan son el grito de los desaparecidos, de los que no pudieron cantar. ¿Cómo se cicatrizan las mañanas nubladas del que se ve en un reflejo y no sabe quién es? Son historias de carne y hueso, de venas abiertas de nuestra Argentina doliente.

Es el año 2008. Carlos se mira al espejo y una bocanada de tempestad le roza el alma, y él gira sobre su eje buscando respuestas. Carlos llora de desahogo, de incertidumbre. Sabe que ya nada será igual. Le tocó en suerte ser Carlos y no ser Carlos. Vivió una vida que fue suya pero no debió haber sido suya. Tuvo placeres y tristezas que no debieron haber sido, pero fueron. Carlos tuvo una vida y hoy tiene otra, o tiene dos.

Una caja con documentos de Abuelas de Plaza de Mayo le dice que no es quien creyó que era. Había vivido como forastero en una historia paralela, sin saberlo. Carlos Tejada se entera que no es Carlos Tejada. Carlos es Jorge Guillermo Goya Martínez Aranda y su DNI le miente.         

Se entera que es hijo de desaparecidos y se le derrumba el corazón. Llora aturdido a los 28 años igual que su llanto de miedo de cuando tenía un año y fue arrancado del pecho calentito de mamá y de los brazos protectores de papá, recuerdos que a esa edad se archivan en el inconsciente pero quedan en la esencia, como marca indeleble en el alma.

El exilio   

Es el año 1974 y gobierna el país María Isabel Martínez de Perón. La convulsión política y social empieza a exacerbarse. Un joven chaqueño de 26 años, exmilitante del grupo Tacuara -de derecha- de la Iglesia Católica y que ingresó a Montoneros –la izquierda peronista- está en la cárcel en condición de preso político, capturado por la Triple A (Alianza Anticomunista Argentina). Francisco Luis Goya, de tez blanca digna de un descendiente español, petiso y de ojos claros, de pelo desprolijo, bigote y mirada rebelde espera por su libertad.

Es el año 1976. Poco tiempo antes de que se produzca el golpe de estado, Francisco –peronista de toda la vida- accede a la posibilidad de irse del país y someterse al desarraigo, con tal de no seguir tras las rejas, ni perder la vida. Lo suben a un avión y recala en Perú.

Bebé español       

Cuando en Argentina ya retumba el sonido hondo y avasallante de las pisadas de las botas, Francisco viaja a México DF. Allí conoce a una joven bajita, de tez trigueña y ojos negros, de nombre María Lourdes Martínez Aranda.

El exiliado argentino y la mexicana, ambos católicos practicantes y militantes políticos, viajan a España. En Madrid nace Jorge Guillermo Goya Martínez Aranda.    


A Jorge Guillermo lo bautizan con el único capellán que tuvo Montoneros, Jorge Adur, que más tarde desaparece cuanto intenta, sin resultados positivos, entrevistarse con el Papa Juan Pablo II en Brasil e ingresa a la Argentina.    

Es 1980 y Francisco decide volver a la Argentina pero ahora con su familia. Lo último que se sabe de la pareja es que buscaban ingresar al país con su hijo desde Chile por Mendoza. Sus existencias se vaporizaron y sólo quedan algunos recuerdos de esos dos jóvenes militantes políticos. Desaparecieron en plena dictadura cívico-militar.          

Nieto N° 92

La búsqueda de Abuelas de Plaza de Mayo se extiende por 28 años hasta que se topan con la existencia de un joven en San Juan que para sus familiares había quedado registrado en la memoria como el bebé de un año que todavía escuchaban llorar en los pasillos vacíos de las ausencias y que quizás no iban a volver a ver.              

Es 2016. Carlos, después de atravesar una tormenta espesa y sockeante, cuenta su historia. “Enterarme fue una parte durísima. Me enteré por el allanamiento que hubo en mi hogar en el año 2008, donde se llevaron algunos elementos personales porque se creía que era hijo de desaparecidos”, recuerda quien hasta ese momento pensaba que tenía 28 años y en realidad tenía uno más, le habían querido borrar el único año que pasó con sus padres biológicos.             

La incertidumbre clavada como puñal en el alma: “Fue un momento bastante difícil, de un vacío muy grande y de una espera un poquito interminable, porque desde mayo hasta julio que me dieron los resultados –del ADN- no sabía de quién era hijo, de quién era hermano, no sabía quién era”.             

En esos días que parecían interminables, Carlos dice que “uno no quiere aceptar la realidad”, que a él se le cruzaban como relámpagos dolorosos algunos cuestionamientos: “Pensaba ‘cómo nunca me encontraron’, ‘cómo no me quedaba con la vida que tenía’. Prefería no haberme enterado de nada, estaba negado a toda la familia”.

“Fue muy duro. Yo estuve años sin documento de identidad. Estuve en la facultad, en el trabajo así. Pero todo se fue acomodando, fue parte de esa resaca del descubrimiento”, cuenta sobre esos días de desasosiego en los que parecía haber perdido la brújula.   

Aunque “es el proceso de reencuentro con la verdad. Yo hoy me doy cuenta que no era completo, no era feliz porque no tenía toda mi verdad –sigue su recuerdo el joven criado en San Juan-. Cuando uno tiene la verdad y la termina abrazando es algo increíble. Es algo muy lindo haberme encontrado con toda la familia, tener mucha más gente que amar”.

El nieto recuperado dice que hubo una etapa en la que se negaba a cambiarse de nombre, “pero después me di cuenta que era una forma de reivindicar a mis padres. Siempre en estos casos se ponen los apellidos materno y paterno. Por eso soy Goya Martínez Aranda. Pero pasé demasiados años siendo Carlos y yo me consideraba Carlos, así que pedí que me mantuvieran ese nombre”.       


El juicio

Es 2011 y en el primer juicio por delitos de lesa humanidad en San Juan fueron sentados en el banquillo de los acusados el suboficial retirado del Ejército Luis Alberto Tejada y su esposa, Raquel Quinteros. Tejada fue condenado a 12 años de prisión por apoderarse de un bebé y Quinteros, considerada coautora, recibió la condena de 5 años de prisión domiciliaria.

El exmilitar cumplía la condena en su casa por una afección en la salud y falleció este 17 de julio.       

El perdón                     

Después de atravesar la tempestad, el dolor y los callejones del desencanto y la incertidumbre, Carlos tuvo un gesto que lo define como persona: consiguió perdonar a sus apropiadores, aunque no justifica lo que hicieron. 

Antes del fallecimiento de Tejada decía: “Tengo muy buena relación –con los apropiadores-. Pero en base a que realmente los he perdonado. Yo me críe toda la vida con ellos, con dos hermanos del corazón que amo con toda mi alma y la verdad que tras esto los aprendí a perdonar”. Y en algún momento hasta llegó a decir “mi viejo”, cuando respondió una pregunta sobre Luis Tejada. Su cabeza sale de laberintos insondables y su corazón delata su madurez.     

Aunque aclara que aquello “no quita que hubo un delito. Estoy apoyando todo el trabajo de Abuelas y la búsqueda de todos los nietos que faltan”.    

“Es difícil todo esto. Pero el punto bisagra –para perdonar a quienes él creía que eran sus padres- son mis hermanos del corazón, Gustavo y Silvina. Me crié con dos personas increíbles. La relación de hermanos, sea biológica o no, es algo único. Por eso hoy digo que tengo cuatro hermanos. A los cuatro los amo profundamente”, dice.         

El nieto recuperado cuenta que con Gustavo y Silvina los “une una misma pasión, somos  de ir juntos a la cancha de Desamparados –sigue al Puyutano desde los 6 años-. Nos unen un montón de diferencias pero un amor tremendo”. Ahora va también a la cancha con la familia que formó hace cuatro años, poco tiempo después de terminado el juicio.   

      
-¿En algún momento de tu vida tuviste sospechas de que algo no estaba bien?

Grandes dudas no tuve pero sí tenía muchas diferencias. Desde chiquito siempre presentía cosas, también era muy distinto a mis hermanos de crianza, tengo un carácter distinto. Ellos siempre fueron tranquilos, yo era una persona muy conflictiva y físicamente también había muchas diferencias. Aunque nunca sospeche que era hijo de desaparecidos.   

Abuelas y abuela                      

“Les voy explicando a mis gordos, que son chiquititos todavía, que tienen dos abuelitos en el cielo”. Carlos tiene tres hijos –Nahuel, Ana Luz y Juan Ignacio-. Y ahora completa el rompecabezas de su vida para sentirse completo, pleno y transferirles esa sensación a sus herederos.          

“Tenemos muy buena relación con Emilio y con Juan Manuel –sus hermanos biológicos-. Tenía muy buena relación con mi abuelita, que conocí a sus 94 años y vivía en el Chaco”, dice.     

En el proceso de negación Carlos también se reveló con la Asociación Abuelas de Plaza de Mayo y prefirió no mantener contacto con sus integrantes. Pero el tiempo hizo que los dolores fueran sublimados.        

“Estaba pasando una mala situación económica y me cuentan que en México fallece un tío mío, que era grande. Entonces me da por conocer a mi abuelita que vivía en Chaco, Argentina. Me comuniqué con Abuelas de Plaza de Mayo y ellas me facilitaron poder viajar a Resistencia. Allá conocí a una abuela increíble. Una belleza de persona mi abuelita –Pilar Cachaza de Goya- de 94 años”, cuenta.    

El nieto recuperado pinta el cuadro de ese encuentro postergado por tres décadas: “Caminaba muy poquito por la edad que tenía, así que estaba sentadita esperándome. Me dio un beso, un abrazo, lloramos. Conoció a mis hijos, a mi esposa –Ana Laura-. Fue algo muy lindo, único realmente”.

Vía México   

El otro anhelo de Goya Martínez Aranda era ir a México y conversar cara a cara con las raíces de su mamá, para sentir que la abrazaba al menos por unos segundos.    


“Empezamos a juntar todo el dinero que pudiéramos para viajar. En marzo del año pasado viajamos a México y conocí a toda mi familia materna” –dos tías y dos tíos- con quienes dice que tiene también una excelente relación. A tal punto que este año “ellos han venido a visitarme. Así que estamos muy felices con los encuentros con la familia”.  

Papá y mamá         

“Cuando me encuentran, me dan una caja que es de Abuelas y tenía todo un material biográfico, con CD, casetes y fotos en donde estaba contada la historia de mi viejo en crudo, tal cual era”, dice Carlos. Y se sumerge de nuevo en esa caja-mundo: “Ahí encontré un montón de cosas y después me fui encontrando con un montón de gente y un montón de testimonios”.

Alguien sabe conscientemente cómo fue un momento importante de su vida y hasta guarda en el almacén de los recuerdos del corazón esa instantánea: “Me llegué a encontrar en Buenos Aires con una chica que cuando yo era recién nacido ella tenía unos 6 años y hasta se acordaba de cuando me bautizaron en España”.

“La parte que me faltaba conocer era la de mamá, porque ella no había estado nunca en Argentina. Terminé de reconstruir su historia cuando viajamos a México. Uno se reconoce en diez mil cosas”, rememora.


Carlos dice que físicamente es muy parecido a sus hermanos Emilio y Juan Manuel –son hermanos 
por parte del padre-, pero que tiene rasgos personales de las dos familias paternas, que es católico practicante igual como lo eran ellos, que ahora entiende que su fuerte carácter se lo debe a la herencia de su papá y que le interesan muchos los libros y el estudio, como su mamá.

La edad en la que Carlos se enteraba que no era Carlos es la misma edad en la que sus padres desaparecieron, dejaron de estar, cuando se los comió ese engranaje siniestro y desalmado. Ahora el joven de 37 años hace un alto en la charla y aclara que no hay como “crecer y vivir en la verdad”, que no hay “mejor forma de gobierno que la democracia” y que no vale cansarse de repetir la frase “nunca más”.

Su vida es una historia de carne y hueso, de venas abiertas de nuestra Argentina doliente. Pero hoy se topó con la felicidad, “esa alegría que uno encuentra con el tiempo, cuando termina de digerir todo”. Es 2016 y Carlos se mira al espejo, se reconoce, arma el rompecabezas de su vida y observa cómo cada pieza encaja con justeza. Mira a sus hijos y se reconoce en ellos, mira a sus hermanos y sabe quién es. Su abuelita de 94 años lo conoció, lo abrazo como si tuviera a ese bebé de un año en brazos y se fue para siempre hace tres meses. Había vivido para esperarlo.




Pablo Zama            

domingo, 21 de febrero de 2016

La familia de Adela Nievas pide justicia

Relato de un naufragio:

“El guía nos metió en las olas que mataron a mi hermana” 


Hace una semana, una sanjuanina murió al caer de la balsa en la que hacía rafting en Mendoza. Funcionarios de aquella provincia dijeron que no encontraron irregularidades. La familia repudió esos dichos. El dramático testimonio de Luis Nievas, el hermano de la víctima, que también iba en la balsa: “Le gritábamos ‘¡Adela, levantate por favor!’”. El dueño de la empresa, que se había presentado como chofer del colectivo, resultó ser un conocido andinista con vasta experiencia en la coordinación del turismo aventura.       


-El relato de Luis Nievas fue extraído de la entrevista que le hizo el autor de este blog en Radio Sports 89.9


“El colectivero le hacía reanimación y nosotros le gritábamos ‘¡Adela, levantate, por favor levantate!’. El guía nos había metido en esas olas y la balsa se dio vuelta”. Luis Nievas revive el trágico sábado 13 de febrero en el que las aguas del Río Mendoza y –según denuncia la familia- la impericia de una empresa local dedicada al turismo le arrebató la vida de su hermana, Adela Nievas (31 años), en un vuelco en el que la fatalidad le podría haber tocado a cualquiera, como una ruleta rusa cuya arma la carga la “viveza criolla”. “Queremos justicia, es lo único que pido”, repite Luis con entereza, pero con ojos tristes. En Uspallata, una joven administrativa de Tarjeta Data San Juan se iba para siempre, perdida en un naufragio cuyas aguas no terminan de calmarse por los dichos de algunos funcionarios de la provincia vecina.  


A la una de la tarde de aquel sábado Adela y Luis junto a sus parejas (Jorge Aníbal Correa y Gisela Romano respectivamente) y tres primos contrataron los servicios de Aventura Uspallata para conocer cómo era hacer rafting en el río de la vecina provincia. La aventura iba a terminar en desesperación y muerte. Hoy parece haber muchos adherentes al personaje bíblico Poncio Pilatos y una familia sanjuanina destruida.

“Vamos por esas olas”

“Los primeros ocho kilómetros (la mitad del recorrido) que hicimos en la balsa fueron muy tranquilos. Pero llegando a los dieciséis kilómetros, Alexis Oyola -el encargado- se separó mucho de la balsa de atrás. Lo último que tenemos en nuestra mente mis primos, Gisela y yo es lo que dijo el guía, cuando el río se ensanchaba y había una parte que era muy calma y otra en donde había muchas olas. Oyola dijo ‘vamos por esas olas, vamos que ahí están las más grandes’. Habré hecho un remo y ya me encontraba abajo del agua”, relata apesadumbrado el joven bartender y profesional gastronómico.   

En una nota, el diario mendocino El Sol nombra entre las 13 empresas habilitadas para practicar rafting en aquella provincia a Aventura Uspallata y replica lo que dijo el director de Desarrollo Turístico del Ente Autárquico de Turismo de Mendoza, Marcelo Reynoso, al asegurar que Adela falleció porque “entró en pánico”. Esto contrasta con lo que detalla Luis Nievas, más aún cuando en la misma nota se aclara que el guía “lanzó un bolso de auxilio que salvó al resto de los compañeros de aventura”. “Yo habré hecho tres kilómetros agarrado del gomón y él no hizo nada. Alexis Oyola había perdido hasta el remo porque yo le decía ‘por favor, tirá la balsa al costado’ y él me decía ‘no tengo remo’. No tenía nada para salvar a nadie y ni siquiera lo intentó”, aclara el barman. En un aparente intento por deslindar posibles responsabilidades gubernamentales, sorpresivamente –según lo indicado en diario El Sol- Reynoso aconsejó que las personas propensas al pánico no realicen este tipo de actividades que son de alto riesgo.

La nota periodística advierte que “la turista fallecida contaba con un seguro que le contrata la empresa de turismo aventura” y que esa institución es la que debe entonces “hacer frente al accidente”. Nievas desmiente esa información y cuenta que no firmaron ningún papel que especifique que estaban asegurados a la hora de la travesía.

“No podía respirar” 

Luis, que parece no creer todavía por lo que están pasando, continúa su dramático relato: “Yo decía ‘por favor, espero estar soñando’. Y escuché los gritos de Aníbal que decía ‘¡Vida, Vida, Vida!’, buscando a Adela. Entramos en desesperación, yo caí debajo de la balsa y me pude agarrar de la cuerda del gomón. No entendía nada, hasta que vi a Gisela que venía atrás mío y le empecé a gritar ‘¡Gisela, por favor agarrate de la cuerda de la balsa! ¡No te soltés Gisela, por favor!’. Levanto la cabeza y veo que iba a unos 200 metros delante mío mi hermana, con alguien más que no pude reconocer”.


Los tripulantes de la embarcación llevaban puestos los chalecos salvavidas, trajes de neoprene y cascos (que se les desajustaban a menudo). La empresa se encargó de informarles sobre algunas prácticas que debían realizar en caso de que la balsa se diera vuelta, pero en todo momento les dijeron que era casi imposible que eso pasara.    

Nievas  dice que ya con la embarcación volcada sobre el río, “Oyola se trepó a la balsa y entró en pánico. Eso produjo que nosotros nos pusiéramos peor. El mismo instructor no sabía qué hacer. Nos dijo ‘naden, naden’ y antes de subir a la balsa ya les habíamos dicho que ninguno sabía nadar. El guía que estaba encargado de la balsa de atrás -sigue contando Luis-, que se llama Cristian Sebastián Pastén, y otros turistas empezaron a remar más rápido y salvaron a Laura, mi prima, que es la primera que salió. Aníbal y Luis María (otro de sus primos) salieron por su cuenta”. 

El relato del hermano de la fallecida en Uspallata contrasta completamente con lo expresado por las autoridades mendocinas. Según diario El Sol “el Ente Autárquico no encontró irregularidades” en lo acontecido con los turistas sanjuaninos y Reynoso dijo que “cuando se trata de deportes de riesgo, son las mismas empresas las que tienen más cuidado y prefieren contar con todo en regla”, casi tocándole el timbre a Aventura Uspallata y pasándole la pelotita. Pero si se comprueba que la empresa falló será difícil explicar por qué le dieron la habilitación correspondiente. Aunque el titular de la Jefatura Provincial de Náutica de Mendoza, Marcelo Ríos, le dijo al programa radial “Buen Día Ciudadano” de FM Estudio Cooperativa que a Aventura Uspallata “no la teníamos como registrada, no estaba inscripta”. Esto rebate la información inicial.   


“Un hombre me larga una bolsa de auxilio y no la puedo agarrar. Entonces, como me había soltado de la balsa empecé a nadar como pude para la orilla del río. Salgo y siento que me empiezan a pegar muchas piedras en las piernas. No podía respirar, empecé a vomitar agua y no me podía mover. Pero sentía que tenía que hacer algo porque había dejado a toda mi familia en el agua. –Luis mira lejos buscando esos recuerdos que le caen como huellas dolorosas a la mente y al alma- Apareció un hombre de otra empresa y me ayudó a caminar. Corrimos hasta el colectivo que había quedado a más de trescientos metros. Hicimos unos tres kilómetros más. El colectivero dice ‘allá se ven varios cascos amarillos, me parece que han salido todos’. Hicimos otros trescientos metros corriendo para llegar al río y del otro lado se veían varios cascos amarillos y una persona tirada en el piso. La persona que estaba en el suelo era mi esposa. Empezamos a gritar preguntando si estaban todos bien y escuchamos a algunos gritar ‘están bien, están bien’. Preguntábamos si estaban todos y ninguno nos hacía señas. Uno de mis primos cruzó el río y dice ‘me parece que falta Adela’”.

Sus primos y su pareja le dijeron que no volvían a meterse al río porque tenían miedo, el pánico ganó la orilla. Todavía no visualizaban ayuda de las fuerzas de seguridad y pasaban los largos minutos sin que Adela apareciera. La incertidumbre crecía y las palpitaciones hacían que el corazón dé saltos de angustia y susto, en medio de ese caos.    

“¡Adela, levantate!”    

El relato del naufragio llega a su punto más triste: “Volvimos con Aníbal a la ruta, como podíamos, porque estábamos todos lastimados, ni siquiera podíamos correr rápido. Unos turistas chilenos nos acercaron en auto hasta el puente Bailey, que ahora está caído, y encontramos una casilla de Gendarmería. Por las radios de esa base escucho que habían encontrado a una persona. Hicimos unos cinco kilómetros más con los efectivos de Gendarmería antes de llegar al primer túnel. Y cuando la vi ahí (a Adela), ya estaba…”


“El colectivero le hizo reanimación”. Pero, ¿quién era el colectivero? “Después nos enteramos que era uno de los dueños de la empresa, se llama Gustavo Rubén Pizarro. Jamás nos dijo que era el propietario. Para nosotros era el colectivero. Él fue quien me había lanzado la bolsa de auxilio desde la orilla”. Gustavo Pizarro es además, junto a su hermano Roberto Daniel uno de los andinistas más conocidos y con mejor currículum de Mendoza. Los hermanos trabajan juntos y dirigen Aventura Uspallata desde hace más de 25 años, también son propietarios de Pizarro Expediciones y se dedican full time al deporte y turismo aventura. ¿Por qué no dijo que era el dueño de la empresa y, en cambio, se presentó sólo como chofer del colectivo? Los Pizarro son evidentemente grandes conocedores de estas actividades, entonces ¿por qué no hubo un protocolo de emergencia inmediata en el caso de Adela Nievas? Si Roberto y Gustavo trabajan desde hace más de dos décadas en este rubro, ¿por qué el titular de la Jefatura Provincial de Náutica de Mendoza asegura que no tenían registrada la empresa para realizar esas actividades?        

Luis se pregunta cuánto tiempo pasó desde que volcaron hasta que encontraron el cuerpo de su hermana: “Al menos una hora y media, y le practicaron una hora de reanimación”.   

Algunos medios mendocinos adhirieron en forma unánime a la versión de que la mujer falleció a causa de los golpes que recibió en la cabeza por las rocas que fue encontrando en el camino cuando el río se la llevaba. Pero la familia dice que no tenía ningún tipo de golpes, sólo raspones que delatarían las intenciones de Adela por aferrarse a algo para salir del agua. “Todavía no se da a conocer cien por ciento el informe de las pericias forenses, pero lo primero que sabemos es que no tiene ningún golpe en la cabeza, ni siquiera moretones en el cuerpo”, asegura Luis.

“El colectivero le hacía reanimación en el medio del río y desde la orilla de los cerros Aníbal le gritaba ‘¡Vida, levantate!’, yo le gritaba ‘¡Adela, levantate, por favor!, por favor…’ Yo veía que algo estaba mal. Gendarmería miraba”. Y Adela no se levantó. Se quedó ahí, para siempre, en una tarde fatal para la familia Nievas. Una tarde de verano que deja muchas preguntas sin respuestas, con visos de que hubo detalles que no se ajustaron, detalles que esfumaron proyectos, deseos, ganas de vivir de una joven sanjuanina que fue despedida por cientos de familiares y amigos porque su sello indeleble, según quienes la conocieron, fue brindarse siempre por el prójimo. “No pudimos estar en paz en estos días porque queremos justicia, es lo único que pido”, cierra al borde de las lágrimas su hermano.             


Pablo Zama  

domingo, 27 de diciembre de 2015

Reconocimientos para este periodismo alternativo

Un trabajo de Fisuras de la calle, premiado por la UNSJ


En diciembre una entrevista del programa surgido de este blog, emitido en AM 1020, obtuvo el tercer premio en la categoría radio en el “Concurso Anual de Trabajos Periodísticos – Premio Universidad Nacional de San Juan”. Antes, en el 2011 diario Clarín llegó hasta San Juan para conocer una historia que leyeron en esta web. En el año 2013, una profesora de Letras empezó a utilizar textos publicados en este sitio para trabajar con los alumnos de la escuela Pestalozzi de Chimbas.

Este proyecto que comenzó con el blog a principios del 2011 (estuvo más de un año subido al sitio web de Sanjuan8) y que llegó a la radio en el 2014 tiene desde sus comienzos una propuesta alternativa de periodismo. La premisa es contar historias de sanjuaninos que se destaquen o no, de la ciencia o de la calle, de los que se esforzaron para saltar de los márgenes y los que se quedaron atrapados en esos abismos. Pretende un periodismo más humano, más cerca de los que habitualmente están tan lejos de los medios.


Con esa propuesta “Fisuras de la calle” tuvo algunos pequeños logros y quiero compartirlos con ustedes, los lectores que le dan forma a este sueño que se va cumpliendo. El lunes 14 de diciembre de este año el trabajo “De la Villa Obrera al CONICET” obtuvo el tercer premio en la categoría radio en el “Concurso Anual de Trabajos Periodísticos – Premio Universidad Nacional de San Juan”. Se trata de la historia del sociólogo y científico Víctor Algañaraz, entrevistado en el programa "Fisuras de la calle" de AM 1020 en el 2014. Víctor nació y se crió en Villa Obrera, de Chimbas. De condición humilde consiguió egresar como Licenciado en Sociología y entró a trabajar al CONICET. Ya publicó libros y tiene una importante trayectoria pese a su corta edad. Hacé click en el video de abajo y escuchá la nota completa:          


Otros logros

A mediados del año 2011 el prestigioso periodista gráfico Alberto Amato se puso en contacto vía correo electrónico y me pidió permiso para llegar junto al periodista Rodolfo Del Percio para realizar una nota sobre la historia de Juan Domingo Ahumada, el lustra zapatos del cruce de las peatonales, historia que Amato había conocido a través de “Fisuras de la calle”. La vida de don Ahumada ocupó una doble página de la sección Sociedad del domingo en el diario Clarín y tuvo una gran repercusión. Para conocer cómo fue que Clarín se fijó en una nota de este blog podés ingresar a este link: http://www.fisurasdelacallesanjuan.blogspot.com.ar/2011/07/juan-ahumada-fue-entrevistado-por.html o si querés leer la nota sobre Juan Ahumada que fue publicada en este sitio lo podés hacer por acá: http://www.fisurasdelacallesanjuan.blogspot.com.ar/2011/05/el-lustra-zapatos-mas-famoso-de-san.html
        

En el año 2013, la profesora de Letras María Isabel Paredes empezó a trabajar en clase con los chicos de la escuela Juan Enrique Pestalozzi, ubicada en el Barrio Parque Industrial de Chimbas, utilizando textos publicados en este blog. Enterado de eso, en el 2014 invité a dos alumnos de esa escuela junto a la profesora para entrevistarlos en el ciclo radial que tuve en AM 1020 y contaron que habían analizado en clase además la entrevista al científico Víctor Algañaraz. Paredes dijo que la idea es mostrarles a los chicos que de Chimbas pueden surgir buenos valores para la sociedad y de esa manera buscar romper con el estigma que soportan muchos alumnos de ese departamento que es el más inseguro de San Juan (para escuchar todos los programas sólo basta con ingresar al canal de Youtube de Fisuras: https://www.youtube.com/channel/UChfAC5kjkCF21tDfwfjKZzg). 

Durante este tiempo, distintos medios de San Juan (como Diario La Provincia) se han hecho eco de las historias que han sido publicadas en este blog de manera casi artesanal. Inclusive el periodista Ernesto Simón, de El País Diario y del programa Suban el Volumen de FM San Martín, me hizo partícipe de sus espacios periodísticos con el fin de dar difusión a los trabajos de Fisuras. El fanzine “Tu hermana” también lleva una publicación en su último número en donde habla sobre el programa radial surgido de este espacio.  

“Allá afuera confunden amor con miseria” dice la banda de rock La Vela Puerca. Fisuras de la calle tiene amor por quienes viven en los márgenes, por quienes intentan saltar la barrera que la vida les ha puesto como estigma. Hay quienes consiguen trascender, hay otros que se tienen que conformar con aguantar y sobrevivir. Este proyecto nació para contar historias nuestras, historias sanjuaninas, ideado por un loco apasionado por el periodismo que sufre los nuevos tiempos en los que los trabajadores de prensa son prácticamente rehenes de las empresas y en donde el aturdimiento hace que muchas vocaciones se terminen estampillando contra el muro que no deja avanzar las buenas intenciones. Estos pequeños logros en los casi cuatro años que lleva el proyecto son una caricia para el alma. Quise compartirlo con quienes se toman algunos minutos para leer las líneas que escribo a menudo en este sitio. Gracias.       


Pablo Zama

viernes, 25 de diciembre de 2015

La Nochebuena de los "nadies"

La otra Navidad

La historia del pibe que vive en la Comisaría 1°, fue golpeado por sus padres cuando era niño y hoy duerme en un colchón viejo. Cuida coches y hace changas en la zona. Un 24 de diciembre se metió en un contenedor de residuos para buscar elementos que le sirvieran para vender. El texto fue escrito horas antes de la Nochebuena del 2013 y leído en el programa radial “Fisuras de la calle” de AM 1020 en el año 2014. Hacé click en el video y escuchá el relato: 


     


Pablo Zama

domingo, 15 de noviembre de 2015

Cuando ser pobre significa ser un presunto ladrón

El Pibe de la Estampita, el Imbécil 
     y el Ídolo de los Quemados


Un joven mayor de edad vendía estampitas en el patio de comidas del Híper Libertad, la seguridad privada lo trató mal y lo quiso sacar con la Policía. Pero un cliente lo defendió y le sirvió algo de comer en su mesa. El pibe y su madre estudian juntos en un CENS y son sostén de familia. Exclusión y solidaridad en una misma escena de la vida cotidiana.

-La foto es de espaldas para preservar al joven de cualquier represalia-   
      
En un híper -paradójicamente de nombre Libertad- de San Juan un pibe pobre vendía estampitas, un guardia de seguridad privada lo tomó del brazo y, junto con otro guardia, lo quiso sacar llamando a un policía. Un cliente que almorzaba con su hijo los enfrentó y les dijo que el joven estaba con él, lo sentó a su mesa y le compró algo de comer. Una escena que encierra la miseria humana, que parece no tener límites pero sí cada vez más prejuicios, y el heroísmo de un anónimo que no busca una pose para hacer política ni salir en TV. Muchos miraron para otro lado y continuaron comiendo, otros se acercaron a felicitar al héroe.      

Remera flúor, pantalón corto, lo mismo que el pelo que ya en paulatino crecimiento deja resabios de algún corte al ras. El Pibe de la Estampita camina por entre las mesas como un Messi del submundo gambeteando sillas y dando siempre un paso hacia adelante, quizás caminar sólo para adelante le dé esperanzas de algún día salir de ese laberinto oscuro en el que la vida sumerge, acaso por capricho, a muchos que ni siquiera figurarán en las encuestas de un balotaje. Sus opiniones no les importan a los que discuten inútilmente sobre política mirándose el pupo, a esos que sólo ven más acá de sus narices.

El Pibe de la Estampita no mira fijo a los ojos, su mirada es inestable y tímida, deja su mercadería sobre la mesa largando un murmullo indescifrable, ese chico habla entre dientes y sigue su camino. La mayoría es indiferente en el patio de comidas del Híper Libertad este viernes trece de noviembre de dos mil quince a las tres de la tarde, en el caluroso pre verano sanjuanino.  

Un guardia de seguridad, de vestimenta marrón claro y ceño fruncido como para conseguir autoridad a través del miedo, detiene la marcha del pibe, le habla severamente y lo toma del brazo para sacarlo del patio de comidas, lo acompaña otro guardia más que habla por handy. “Está vendiendo estampitas en el patio de comidas”, informa el hombre por el aparato. Algunos miran con sorpresa, otros prefieren la indiferencia. “No quiero que me pasen esa estampita, de alguna iglesia la habrán ido a robar”, canta León Gieco en El Imbécil.

Los nadies –como los llamaba Eduardo Galeano- no tienen cabida en la sociedad, ni rostro, ni opinión para nadie, a los nadies hay que esconderlos. En un país que supera fácilmente los diez millones de pobres, rebuscárselas para los ningunos se hace difícil y un plan social, que si bien ayuda, no sirve para apagar el hambre de familias completas que  sólo piden inserción laboral.

Un hombre robusto, exrugbier, llamado Claudio Gallo, almuerza junto a su hijo y presencia la situación. Se levanta de su silla y va hacia donde tienen al Pibe de la Estampita, discute fuertemente con el guardia de cara severa y aires de general, le dice que el chico se queda a comer con él. Claudio se lo lleva hasta su mesa y le compra una coca y una hamburguesa, ante la mirada atónita de algunos y la rabia de los guardias que parecen revolverse en el lodo de la hipocresía.


El Pibe de la Estampita se llama Ezequiel y tiene veintiún años. De mirada triste, parece morirse de vergüenza cuando Claudio le sirve la comida y le conversa. Ojos huidizos, dice que siempre le pasa lo mismo en el híper: “Me sacan y llaman a la policía para que me lleve a la comisaría. Antes he venido a pedir trabajo acá y no me lo dan, encima esa persona a la que le pedí trabajo llama a los guardias para que me saquen”.

“No sé que quieren, ¿quieren que los pibes roben, eso quieren?, encima uno les habla y lo tratan muy mal, acá ha habido hasta robo de autos y nadie hizo nada”, se lamenta Claudio. “Bien hermano, te felicito”, pasa otro cliente que ya pagó su cuenta y vio lo que pasó, después llega otra persona y también reconoce su acción. A veces el hombre es el mensaje y eso es lo que queda y perdura. Hoy Claudio es el portador de ese mensaje positivo y solidario, el Ídolo de los Quemados, como la canción de Gieco. “Mucha gente pequeña, en lugares pequeños, haciendo cosas pequeñas, puede cambiar el mundo”, nos recordaba Galeano.

El Pibe de la Estampita estudia para ser Perito Auxiliar de la Policía Judicial –vaya paradoja- en el CENS 74 de la provincia junto a su madre, que es compañera suya. Ezequiel cuenta preocupado que el Ministerio de Educación de la provincia quiere eliminar la especialización. “Yo estoy hablando con gente pidiéndole que no la cierren, no quiero quedarme sin esos estudios”, lamenta mientras sigue comiendo la hamburguesa que le regaló su nuevo amigo. “Vendo estampitas para poder vestirme y ayudar en la casa porque no tengo papá y mi mamá es la única que lleva plata para comer. Yo tengo el plan Progresar, pero no dura nada”, dice el hermano de tres varones (uno de ellos ya formó una familia y se fue de la casa) y una nena.

El presunto delincuente es estudiante. El pibe de remera larga y gorra azul oscura con la visera para atrás vende estampitas para ayudar a su familia. El muchacho morocho de aspecto pobre ya pidió trabajo en el patio de comidas del híper y no se lo quisieron dar. Para los prejuicios de los dueños de los locales, los guardias de seguridad privada y algunos clientes es un presunto delincuente morocho con aspecto de pobre, de remera larga flúor y gorra con la visera para atrás. Pobres de alma son los que prejuzgan y excluyen. Pobre es la mente de quienes hablan de derechos humanos y niegan a los pibes que pasan a ser nadies sin rostros, ningunos que parecen no servir ni como número para las estadísticas de mortalidad de sociedades que apabullan con mensajes simbólicos pero carentes de realidad, vacíos, huecos.


El Ídolo de los Quemados no se quedó leyendo el diario en su mesa abstraído de lo que pasaba cerca de sus narices. El Imbécil es ese sistema que marca, excluye y discrimina. Al Pibe de la Estampita ojalá no le cierren la carrera, ni las puertas de la vida. “Sos un imbécil que a los chicos culpás de la pobreza y la mugre que hay, que nunca te echen rogale a tu dios...”, reza la canción. 


 Pablo Zama     

martes, 25 de agosto de 2015

Carlos Tévez revolucionó San Juan


En busca del Apache 

La ex estrella de la Juventus de Italia llegó a la provincia para jugar un partido por Copa Argentina y volvió a salirse del libreto. El abrazo con su amigo sanjuanino. El jugador del pueblo y su dura historia de vida: los balazos que pasaban cerca de su casa, una madre que lo abandonó cuando era bebé y un padre que no le dio ni el apellido. No es una entrevista, pero sí una nota. Un periodista tras los pasos de Carlitos.      

Vuelvo desde Rivadavia hacia el centro sanjuanino en el último asiento del colectivo muy emocionado. Nunca me había pasado después de una nota. Había sido una entrevista fallida por ese tema de los “derechos” de los medios “porteños” y los requisitos del planeta Boca. La entrevista no pudo ser, pero la nota sí. Había respirado por varios minutos el mismo aire que una leyenda barrial que juega al fútbol los domingos en La Bombonera, ahí en donde es Gardel. Carlitos Tévez, el que salió de Fuerte Apache y llegó a ser figura en el Manchester United inglés y en la Juventus italiana.

Lo que me había llevado a usar todo tipo de artilugios, de esos que el oficio periodístico enseña para llegar a la nota “imposible”, había sido una historia marginal. Una historia en la que por decisión del azar, el destino o cualquier otra variable que tenga que ver con el sacrificio y el talento, un pibe que podría haber terminado sus días a temprana edad -por una bala que “ajusticia” a los pobres infelices que no son más que un número para la voraz economía de los que dominan el planeta y que, como decía Eduardo Galeano, sus vidas valen menos que la bala que los mata- llegó a una posición de poder y aceptación popular que hoy sabe usar. Carlos volvió al país para dar un mensaje de filantropía y humildad.


Su madre lo abandonó cuando tenía cuatro meses y en días en los que los chicos de cualquier barrio disfrutaban de los dibujos animados o de la merienda del jardín de infantes, cuando tenía sólo cinco años, sufría porque su padre -el que no quiso darle el apellido al nacer- era asesinado de 23 balazos. El niño fue adoptado por su tía y más tarde, para poder pasar de All Boys a Boca se cambió el apellido Martínez (de su madre) por el de Tévez, el del marido de su tía, a quien reconoce como su verdadero padre. La vida de Carlitos encaja justo con cierto marketing de los medios masivos que están al acecho de la audiencia y muy pocos se animan a criticarlo abiertamente porque es un fenómeno de masas.                    

La prensa no

Ante la mirada espesa y dura de hombres sin cuello y cabeza de chancho envueltos en trajes que revisten sus robustos cuerpos, Carlos Tévez me decía en el subsuelo del hotel Del Bono Park que no podía hacerle preguntas. En cambio atiné a abrazarlo, hacer una foto y quedarme en el rincón del observador para vivir, por unos treinta minutos, el mundo Apache desde adentro, desde un lugar privilegiado.        

Por mi tozudez periodística volvía a la carga intentando llamar la atención del hombre fundido, como se funden los hierros, en un sector social en donde no se puede elegir: “Carlos, ¿te han pedido ayuda para comedores también en San Juan?”, pero uno de los hombres cabeza de chancho, sin cuello visible y cara de rottweiler se acercaba al apelativo de “facha, listo, listo”. Son los cercos que Tévez todavía no pudo sortear, restricciones anormales que son comunes para las estrellas del fútbol, con jefes de prensa que no permiten preguntas, como si lo que se estuviera por develar fuera un secreto de estado. Pero a Carlos no le interesan los periodistas. Su tarea está con la gente, la calle, el pueblo que lo venera, que lo ama.

Tiene la mirada transparente de los niños, hay un brillo especial en las pupilas. Tévez mira a los ojos. Tiene un tatuaje que le cubre todo el antebrazo derecho y que cerca de la muñeca reza “sos mi dios”. Pero el más importante no se le ve: en toda la espalda tiene un dibujo que representa la resurrección de Cristo y se lo hizo después de visitar al Papa Francisco en la Ciudad del Vaticano. Debajo de la cara y en la parte derecha del cuello sobresale la marca indeleble de su niñez: la piel derretida por el agua caliente que le cayó en su casa del barrio Ejército de Los Andes cuando tenía diez meses y que él no quiso cambiar, a modo de rendirle honor a su vida, su barrio, una marca que rubrica el mito. Tévez es amable y diplomático. No hay falsa modestia en sus gestos, el Apache es de corazón humilde. El carisma es su arma para ganarle al desánimo.

Una mujer le pregunta si lo puede abrazar, “por supuesto” le dice Carlitos y la joven desborda de emoción, llora y el diez le da un cálido abrazo, la mira a los ojos y le dice un sincero “gracias, gracias”. Alguien le pide que alce a una beba: “Sí, cómo no”, contesta el Apache, “¡upa!” le dice a la nena y sonríe para la foto. Y así puede estar largos minutos porque, como dice cada vez que puede, “cuando era chico me costó llegar a mis ídolos, no me daban bola, por eso yo me acerco a la gente y le firmo autógrafos” (ver el video).                


El pony robusto  

Pasada la una y media de la tarde del martes 18 de agosto aparece con tranco cansino, auriculares enormes colgados en el cuello, un mito barrial y futbolero que avanza hacia la entrada del hotel de avenida Ignacio de la Roza con una sonrisa pícara. Ese petiso que se parece a un pony robusto responde con la mano en el aire a los saludos desesperados de los hinchas que están abarrotados detrás de las vallas como leones hambrientos que persiguen a su gacela favorita. Me ubico en las primeras vallas (para periodistas) aunque no traje credencial, pero me las arreglo para atravesar igual el primer control y ahí lo veo pasar, muy cerca, le grito “¡Carlos, dos minutos, dos preguntas nomás Carlitos!”, pero saluda al aire y sigue.     


Antes de encarar hacia la puerta del hotel, Tévez tiene su primera huida del libreto en San Juan, desborda la custodia y camina rápido hacia el vallado que da frente al coche de Autotransportes San Juan que trae al plantel que conduce el Vasco Arruabarrena. Entonces me apoyo en las barandas para ser testigo del inusual movimiento. Lo había visto cuando llegaba en el colectivo y hubo sonrisas y señas cómplices a través del vidrio. Carlos Tévez se baja y va a fundirse en un gran abrazo con un hombre relleno, de pelo semilargo y atado. El abrazo dura varios segundos, sin separarse se miran y cruzan palabras, Tévez lo observa sonriente mientras le sostiene la cabeza. Le pide al jefe de seguridad que haga pasar al hotel “al sanjuanino, porque quiero hablar con él” y sigue su camino.   

El amigo “sanjua”

Le saco fotos a los hinchas de Boca que tienen camisetas que dicen “Carlitos” y revistas en donde el Apache besa la Copa Libertadores en la portada. “Yo dejo que me saqués la foto y vos me conseguís un autógrafo de Tévez”, chantajean algunos en un clima de euforia porque están a metros de la habitación en donde va a dormir el ídolo popular, especie de fusión entre rebeldía rockera y carisma de cura villero.                               


Cuando los jugadores ya pasaron, veo movimiento en la puerta de entrada al lobby del hotel, entonces salgo disparado de la zona del vallado e ingreso. En un rincón, silencioso, con lentes encima del pelo, está el hombre del abrazo. “A vos te abrazó Tévez” le digo y él responde “¿me viste?, ¿viste cómo me abrazó?”. Parece un niño al que le compraron su primera pelota de cuero vacuno. Apenas me dice el nombre lo relaciono con el mundo Boca, cuando él era adolescente se escribieron páginas sobre el sanjuanino que esperaba su oportunidad de pisar la primera de Xeneize. Cristian Vargas fue compañero de Tévez en inferiores y se conocen desde que tenían 11 años.

Mientras hablo con Cristian se cuelgan de la nota un canal de tv y dos medios gráficos locales. “No me salían las palabras, quería llorar, estaba muy emocionado, pude preguntarle si se acordaba de mí y él me dijo ‘¡más vale hermano!”. El joven sigue conmovido, dice que cuando Carlitos se fue al exterior perdió contacto con él, pero el Apache llegó y “apenas me vio desde el colectivo me saludó y cuando se bajó me abrazó, eso demuestra lo que es como persona. Estoy que ya lloro. Que me abrace uno de los mejores jugadores del mundo no es fácil”.  

Vargas es una historia en sí mismo. Recuerda el tiempo de baby fútbol con Carlitos, su paso por la Selección Sub 15 siempre junto a Tévez y el viaje para jugar en el mítico estadio de Wembley en Inglaterra. A los 17 años decidió volver a la provincia porque extrañaba mucho. Con mirada nostálgica Cristian no le dice Carlos, “El Negro” es el apodo que conoce desde esa infancia. “El Sanjuanino”, como lo llama Tévez, conoce a la familia del diez y hasta pasó tardes enteras en su barrio. “Su casa era muy humilde. Iba a entrenar en una Ford de su papá albañil, Carlitos llegaba todo despeinado y su papá con la ropa de trabajo”, cuenta orgulloso.          


Se van los demás periodistas y quedo al lado de Cristian y un amigo suyo. Logro hacer buenas migas con los dos en esos minutos eternos de espera, ellos son casi mi pasaje para conocer al jugador del pueblo. Sin credencial y esquivando la mirada de los guardias espero. Uno de traje negro impecable y voz dura pide desalojar el lugar y que queden sólo Vargas y el otro hombre. Este último me hace un grato favor: “El amigo está con nosotros”, le dice al agente de seguridad y me señala. Estoy cerca del objetivo. El morocho de unos 60 años toma confianza y me cuenta que es policía retirado, por eso pudo hacerle pasar un primer control a Cristian. Vargas espera algo nervioso. Habla con su padre por teléfono, pone el altavoz. Del otro lado hay risas de júbilo cuando de este otro lugar su hijo le dice que Tévez le dio un enorme abrazo. 

Pasa el tiempo. Cristian rememora una vez más El Abrazo. Dice que Tévez tiene olor a perfume muy caro y que seguro que es europeo.”Un policía vino y me dijo sorprendido ‘¿y ese abrazo?’, me pidió mi número de teléfono y me dijo que le saque un foto a Carlos y se la mande por whatsapp”. El amigo de Vargas cuenta entre dientes que el ex jugador se volvió a San Juan porque en ese momento también “tenía una noviecita acá”.

A las dos y media de la tarde se acerca alguien de la delegación de Boca y los tres enfilamos con la ilusión de ir a saludar al Apache. Pero sólo dejan bajar al subsuelo a Cristian. El plantel ha terminado de almorzar. Desde arriba se puede ver cómo Tévez abraza al sanjuanino, se sacan fotos y conversan por poco más de cinco minutos. Vargas sube otra vez emocionado y aclara que al día siguiente Carlitos lo espera para conocer a su hijo y a un paciente de la clínica en la que trabaja que está en silla de ruedas porque es paralítico, ese hombre es fanático del Apache. “No dejen de venir”, le había dicho el ex Juventus.         

Las chicas de recepción quedan en enviar por mail la descripción del plato elegido por Tévez para el almuerzo, mail que nunca llegó a mi correo. Un asistente pide que cambien al Apache de la habitación 303 a la 317 porque el ruido de los bombos de los hinchas no lo dejan dormir. Frustrada esa chance de entrevistar al hombre que encarna el mito barrial hay lugar para la retirada, con el objetivo de jugar las últimas fichas al día siguiente, si es que Cristian puede colaborar.                    

Apache: la meta

La cita es las once de la mañana. Cristian no contesta los mensajes de texto, ni los whatsapp, tampoco atiende las llamadas. Sentado al lado de la vereda de ingreso al Del Bono Park miro a los chicos que siguen haciendo guardia, estoicos, del lado del vallado que da a la avenida esperando por algún autógrafo. Pienso en retirarme.            

Pero después de algunos minutos Vargas atiende y avisa que está esperando detrás de la baranda que da hacia el supermercado del shopping. Apenas llego sale del hotel el jefe de prensa de Boca y lo llama, no alcanzo a cruzar palabras personalmente con el amigo de Carlitos ni mucho menos a pedirle que planeemos una posibilidad para que pueda acercarme a Tévez. Camino rápido, casi corriendo, detrás de Cristian. Un guardia pregunta y le digo que soy uno de los amigos sobre los que Vargas les informó que iban a pasar (lo acababa de escuchar). Me dejan pasar.

Llego al lobby y alguien sube las escaleras, le avisan al ex Boca que puede bajar al sector en donde no llega casi nadie. Cuando ese encargado se da vuelta paso por detrás y bajo rápidamente las escaleras hacia un hall que da al comedor del hotel. Me pego a Cristian, ya lo conocen porque vieron su foto abrazado a Tévez en los portales de noticias. Llego conversando con él aparentando amistad y me mira sorprendido, no esperaba que ingrese. “Me dejaron pasar”, lo tranquilizo. Me juega a favor una obviedad (que en este caso es falsa): los custodias deben hacer ya la ecuación lógica de que si llegué hasta ahí es porque algo debo tener que ver con el Apache o con su amigo. Ya estoy adentro. Voy a conocer al jugador del pueblo, quizás conteste alguna pregunta, o no. Estoy nervioso y Cristian mira su celular con ansiedad.     

Encuentro con el mito  

Pasan los minutos. “Está tardando mucho”, dice Cristian. Vargas recuerda que el Apache jugaba los sábados en las inferiores de Boca y los domingos disputaba el campeonato de su barrio: “Un día lo retaron porque llegó lesionado”.


Se abren las puertas del ascensor y aparece con una sonrisa Carlitos. Se abren las vallas y pasa Vargas, a mí no me dejan. Pero Tévez se queda firmando autógrafos. “Soy periodista y estoy haciendo una nota, ¿puedo hacerte algunas preguntas?”. El Apache baja la cabeza y dice “no, no puedo”. “Está bien, una foto entonces”, y vuelve a acercarse. “Me tiembla todo”, dice una chica después de haberle pedido un autógrafo y una foto a su ídolo. En ese reducto no hay más de 15 personas, en su mayoría turistas que tienen acceso a distintos sectores del hotel. Del otro lado de la valla Carlitos abraza al padre y al hijo de Cristian. ”No pasan los años para vos, ¿eh?”, Tévez se ríe con el padre de su ex compañero de inferiores. El chico inválido, paciente de la clínica en la que trabaja Cristian, conversa con la estrella del fútbol mundial. Como si fuera el living de la casa del diez, todos van hacia un sofá y ríen, cuentan anécdotas. Baja también Javier Toledo, última incorporación de San Martín, con una camiseta xeneize en las manos y le pide a Tévez que la firme. Un periodista deportivo local que ya no ejerce le pide colaboración para una campaña solidaria, a lo que Carlos responde “lo armemos bien y lo hacemos”.

Cuando lo fueron a buscar de All Boys tenía cinco años y don Segundo Tévez dijo que no lo podía dejar ir porque no tenía zapatillas, pero el enviado del club le consiguió un par prestado. Vivía cerca del Nudo 14 (el más peligroso) del barrio Ejército de Los Andes y en las noches se asustaba con los tiros que a veces pasaban cerca de la ventana de su casa, pero tuvo que acostumbrarse a dormir a pesar de todo. En una entrevista, de las muy pocas que brinda mano a mano, reconoció que cuando debutó en la primera de Boca muchos de sus amigos ya habían muerto por las balas de la policía o por ajustes de cuenta.


Brilló en el Corinthians de Brasil, en el Manchester United y el Manchester City de Inglaterra y en la Juventus de Italia, además de ser campeón olímpico con la Selección Argentina. Pero esa burbuja llena de éxitos y plata no le nubla la vista cuando mira a los que sufren. Realiza campañas solidarias para el comedor de su barrio y cuando su equipo jugó en Formosa también llevó su ayuda, lugar en el que dice que de un lado de una pared hay un hotel cinco estrellas y del otro la gente se muere de hambre. Su tarea social es un mensaje que llega a cada rincón del país, su sensibilidad se nutre de la experiencia. Probablemente Tévez trata de liberar ese dolor que lleva desde chico, para exorcizar la imagen de las balas que mataron a ese padre que no lo quiso, la foto de esa madre que lo abandonó cuando era bebé y había sufrido la quemadura que lo llevó a estar varios días internado. Tévez pudo haber elegido el resentimiento social y reaccionar violentamente contra los males que lo acecharon desde que nació. Pero él siempre lo dice: “Yo vengo de un lugar en donde decían que triunfar era imposible”. El Apache, ese Fuerte Apache, nos da una lección de vida con su manera de existir y hasta los más necios paran un rato para escucharlo y verlo actuar.

Yo fui a buscar ese mito barrial de carne y hueso. Hice todo lo posible para acercarme, pensé que tal vez así iba a poder entender un poco más sobre ese fenómeno social que une fútbol y marginalidad. La pelota que rueda igual en el estadio del Manchester United y en un baldío de Formosa. La pelota que va zigzagueando entre las piernas de los Alguien y los Nadies. La desigualdad circular que no se corta. Me subo al colectivo, pago mi boleto y me siento en el fondo, al borde de las lágrimas. Me había dado cuenta de que no es necesario hablar con Tévez, su palabra es la acción.     


*El título de la nota está inspirado en el nombre del libro Apache, en busca de Carlos Tévez, de Sonia Budassi.  
  
Pablo Zama.