Cuando las barreras
son
una metáfora
Juanjo tiene paralizada la mitad del cuerpo por una malformación congénita, lo operaron quince veces en la columna. Pero dice que las limitaciones de las personas están en la mente. Trabaja en prensa del Ministerio de Desarrollo Humano y los fines de semana va a la cancha a ver a su querido Verdinegro. Se hizo famoso cuando fue parte de un video en la previa de Boca vs. San Martín para la TV Pública. El dolor por la discriminación de un profesor en la secundaria.
“En la calle actúo como alguien normal y la gente me
ve como uno más, como uno que camina”. Anoto, pávido, la frase y Juanjo sonríe
con sonrisa de esperanza, una mueca caprichosa de no rendirse jamás. “Como uno
que camina”. Me cruje el alma. Antes de acostarse, cuando el día muere entre
sueños y escombros de lo que no se pudo, mira la camiseta de San Martín y le
promete amor eterno. A las siete y media de la mañana despierta el día laboral.
Juanjo llega al área de prensa del Ministerio de Desarrollo Humano, en donde
dice que se mueve “como pez en el agua”, y empieza a chequear mails, mira
noticias por tv, lee los diarios y diseña comunicados para los medios de San
Juan. Padece de mielomeningocele de grado dos, una malformación congénita que
se origina en las primeras semanas de gestación. Pero para ese joven de
veintiocho años “las limitaciones están en la mente de cada uno”.
Detrás de cada día, todos los días, su historia: en
mil novecientos noventa y nueve pasó todo el año prácticamente acostado después
de una operación en la columna. A la escuela lo llevaban en una silla de ruedas
a cuarenta y cinco grados, igual que el reclinado de los asientos de los
colectivos de larga distancia, así estudiaba. Su mamá, Nancy Grazziani, dice
orgullosa que “no se llevó ninguna materia ese año”. Sobre el anotador la
lapicera pesa y la tinta se escurre de asombro, como queriendo salirse de la
hoja: Juanjo pasó por quince operaciones (cinco
de ellas fueron apenas nació, subrayo). Juan José Russo habla, anoto con
lapicera firme: “Tengo la columna desviada y parálisis de medio cuerpo, es
decir, de los miembros inferiores. Además tengo una válvula en la cabeza, que
se llama válvula de derivación, eso permite que el líquido encefalorraquídeo llegue
a mi cabeza”.
Discriminación.
“Tenía diecisiete años, estaba en el contexto de una clase de Educación Física,
me acuerdo como si fuera ayer, era un
sábado en la mañana” –no lo cuenta con resentimiento, en su voz hay, de todos
modos, residuos de dolor- “En el colegio me llevaban unos compañeros, se trabó
la silla de ruedas y me caí. Mi profesor no estaba cerca en ese momento, estaba
en otra punta del playón. Cuando llegó no me sentí cómodo con la respuesta que
me brindó, porque yo me había lastimado un poco la mano. Me dijo ‘¿sabés las
veces que me he caído yo?’, le restó importancia. Eso me costó tener que irme
del colegio al que yo había concurrido desde jardín, porque me sentí mal, no me
sentí contenido. Los docentes, además de enseñar, están para cuidar a sus
alumnos y este señor no me cuidó”.
Límites.
Las
barreras son una metáfora. “En la niñez, entre las cosas más duras que me
tocó vivir está este problema que tengo que me priva de muchas cosas, como
caminar o jugar al fútbol. Mi sueño era ser futbolista”. Pausa. La tinta es más
espesa sobre el papel caliente. Juanjo se redime: “Pero ahora analizo bastante
bien lo que tengo. No por estar así pierdo mi capacidad de pensar o hacer cosas
por mí mismo. Hago todo lo que hace un ser humano que no tiene problemas
físicos: hablo, como, duermo, pienso, tomo decisiones”. La limitación está en
la mente de las personas, seguir adelante es el capricho de los que no se
permiten la derrota. “Estudiar inglés tres años es un límite que pude pasar,
creí que no lo iba a poder aprender. Eso fue importante porque me sirve ahora
para comunicarme con gente de otros países en mi trabajo”.
Realizado. “El
diez de abril del dos mil ocho, cuando entré al Ministerio de Desarrollo Humano
pensé ‘tengo mi vida completa’. Era lo que me faltaba, trabajar en un ámbito
fuera del estudio, porque el estudio me abrumaba un poco. A partir de ahí hice un
click. Entrar al Centro Cívico me
cambió totalmente la vida”. Con su madre le habían pedido una audiencia al
ministro Daniel Molina: “Cuando salió de su oficina me miró y dijo que se
estaba acordando de mí. Nos hizo pasar y me preguntó qué sabía hacer. Le dije
que tengo buena ortografía, que sé redactar. Entonces me pidió que fuera a la
oficina de prensa porque me iban a tomar los datos. Ya hace cuatro años que
estoy trabajando ahí, muy cómodo y muy contento”.
La adaptación fue satisfactoria gracias a la calidad
humana que encontró en su lugar de trabajo. “No me voy a olvidar nunca de cómo
me trataron ese día mis compañeros. Me hicieron uno más, a pesar de mi condición
física. Este trabajo me hizo crecer como persona y me dio la posibilidad de
entrar a un lugar al que yo jamás había previsto”. Las barreras son metáforas.
Voy
con vos. “Del ascenso del dos mil siete -a Primera, el sábado
dieciséis de junio- me acuerdo que llegué con mi hermano y mi vieja a la
cancha. Recuerdo los papelitos en el aire, la gente saltando. Se me puso la
piel de gallina”. Gol del ascenso, sudor y lágrimas. “No vi a –Luis- Tonelotto,
vi la pelota volando nomás, esa es la única imagen que tengo del gol. Después
fue todo festejo. Me abracé con mi hermano y en un momento se me corrieron las
lágrimas”. Hincha de San Martín desde la adolescencia (su silla de ruedas es
verde y negra por un gusto que le dio su madre), lo llamaron de Fútbol para
Todos, de la TV Pública, para grabar un video en el estadio Hilario Sánchez
Rodríguez. La filmación salió al aire el domingo treinta de setiembre del año
pasado en la previa del partido en que Boca y el equipo de Concepción empataron
uno a uno en La Bombonera (ver video):
Reescribo en el anotador la palabra sueño y la resalto. Juan José cumplió el
anhelo de recorrer dos veces el césped del Hilario, le falta otro por cumplir:
ingresar a la popular junto a La Banda del Pueblo Viejo. Pero escribo que cuenta
con un privilegio que muchos hinchas quisieran tener: antes de cada partido,
los jugadores que van al banco de suplentes –y en su momento también lo hacía
el DT Daniel Garnero- van hasta el alambrado que separa el césped de la Platea
Oeste y lo saludan. Es una de las cábalas verdinegras.
¿Un
ídolo en la vida? Juanjo pregunta si pueden ser dos y con
ojos seguros y agradecidos busca la figura de sus padres, Alfredo Russo y Nancy.
“Los ídolos de mi vida son mis viejos porque siempre están atentos para saber
si necesito algo. Son los que estuvieron y están siempre”. Sus padres vivieron con
él durante dos años en Buenos Aires por una operación grande que le hicieron y
durante diez recorrieron los más de mil kilómetros que separan a San Juan de
Capital Federal para que lo atiendan los médicos. Sus hermanos Gabriela, Daniel
y Pedro también fueron sus ángeles guardianes en la niñez y ahora son sus
compinches. “Una de las tantas veces que fui a Buenos Aires para hacerme
atender, me llevaron a unos juegos para personas con discapacidad. Mi mamá y mi
hermana eran mi hinchada, competí y coseché dos segundos puestos. Esas son
experiencias lindas. Mi familia siempre me apoyó mucho”.
En el margen de la última hoja rayada decido dejar
algunas anotaciones finales: escribo que es viernes y que por la tarde Juanjo
se va a ir a conversar con sus amigos de un gimnasio ubicado cerca de su casa y
hasta se animará a usar algunas máquinas, como es su costumbre. Pongo que el
sábado tal vez lo inviten a un boliche por otro cumpleaños y regresará con una
sonrisa y empapado por la espuma. Imagino que en la siesta del domingo, antes
de prepararse para ir a ver jugar al Verdinegro, seguro que anhelará poder terminar
los estudios -que empezó pero abandonó- sobre periodismo deportivo y emular a
Tití Fernández o a Marcelo Benedetto siendo la voz desde el campo de juego. Dejo
un lugar para el lunes, porque muy temprano regresará al Centro Cívico y reirá
al teléfono con ese periodista que lo aprecia como a un amigo y que le dice
“fantasmita, ¿cómo andás?”, a quien no quiere “quemar” en la nota. También
recibirá los elogios de algunas personas a las que atiende en el ministerio y
que lo hacen dar cuenta de que está “en el camino correcto y ayudando a la gente
para que pueda solucionar sus problemas sociales”. Anoto que el entrevistado me
acaba de decir con voz firme y a modo de consejo que “de nada sirve quejarse
sin intentar”. Entonces entiendo que las barreras esta vez son una metáfora
cuando imagino a Juanjo enseñarle a Julián, su ahijado de seis años, que para
caminar bien en la vida sólo hace falta vencer los límites de la mente.
Pablo
Zama