domingo, 15 de noviembre de 2015

Cuando ser pobre significa ser un presunto ladrón

El Pibe de la Estampita, el Imbécil 
     y el Ídolo de los Quemados


Un joven mayor de edad vendía estampitas en el patio de comidas del Híper Libertad, la seguridad privada lo trató mal y lo quiso sacar con la Policía. Pero un cliente lo defendió y le sirvió algo de comer en su mesa. El pibe y su madre estudian juntos en un CENS y son sostén de familia. Exclusión y solidaridad en una misma escena de la vida cotidiana.

-La foto es de espaldas para preservar al joven de cualquier represalia-   
      
En un híper -paradójicamente de nombre Libertad- de San Juan un pibe pobre vendía estampitas, un guardia de seguridad privada lo tomó del brazo y, junto con otro guardia, lo quiso sacar llamando a un policía. Un cliente que almorzaba con su hijo los enfrentó y les dijo que el joven estaba con él, lo sentó a su mesa y le compró algo de comer. Una escena que encierra la miseria humana, que parece no tener límites pero sí cada vez más prejuicios, y el heroísmo de un anónimo que no busca una pose para hacer política ni salir en TV. Muchos miraron para otro lado y continuaron comiendo, otros se acercaron a felicitar al héroe.      

Remera flúor, pantalón corto, lo mismo que el pelo que ya en paulatino crecimiento deja resabios de algún corte al ras. El Pibe de la Estampita camina por entre las mesas como un Messi del submundo gambeteando sillas y dando siempre un paso hacia adelante, quizás caminar sólo para adelante le dé esperanzas de algún día salir de ese laberinto oscuro en el que la vida sumerge, acaso por capricho, a muchos que ni siquiera figurarán en las encuestas de un balotaje. Sus opiniones no les importan a los que discuten inútilmente sobre política mirándose el pupo, a esos que sólo ven más acá de sus narices.

El Pibe de la Estampita no mira fijo a los ojos, su mirada es inestable y tímida, deja su mercadería sobre la mesa largando un murmullo indescifrable, ese chico habla entre dientes y sigue su camino. La mayoría es indiferente en el patio de comidas del Híper Libertad este viernes trece de noviembre de dos mil quince a las tres de la tarde, en el caluroso pre verano sanjuanino.  

Un guardia de seguridad, de vestimenta marrón claro y ceño fruncido como para conseguir autoridad a través del miedo, detiene la marcha del pibe, le habla severamente y lo toma del brazo para sacarlo del patio de comidas, lo acompaña otro guardia más que habla por handy. “Está vendiendo estampitas en el patio de comidas”, informa el hombre por el aparato. Algunos miran con sorpresa, otros prefieren la indiferencia. “No quiero que me pasen esa estampita, de alguna iglesia la habrán ido a robar”, canta León Gieco en El Imbécil.

Los nadies –como los llamaba Eduardo Galeano- no tienen cabida en la sociedad, ni rostro, ni opinión para nadie, a los nadies hay que esconderlos. En un país que supera fácilmente los diez millones de pobres, rebuscárselas para los ningunos se hace difícil y un plan social, que si bien ayuda, no sirve para apagar el hambre de familias completas que  sólo piden inserción laboral.

Un hombre robusto, exrugbier, llamado Claudio Gallo, almuerza junto a su hijo y presencia la situación. Se levanta de su silla y va hacia donde tienen al Pibe de la Estampita, discute fuertemente con el guardia de cara severa y aires de general, le dice que el chico se queda a comer con él. Claudio se lo lleva hasta su mesa y le compra una coca y una hamburguesa, ante la mirada atónita de algunos y la rabia de los guardias que parecen revolverse en el lodo de la hipocresía.


El Pibe de la Estampita se llama Ezequiel y tiene veintiún años. De mirada triste, parece morirse de vergüenza cuando Claudio le sirve la comida y le conversa. Ojos huidizos, dice que siempre le pasa lo mismo en el híper: “Me sacan y llaman a la policía para que me lleve a la comisaría. Antes he venido a pedir trabajo acá y no me lo dan, encima esa persona a la que le pedí trabajo llama a los guardias para que me saquen”.

“No sé que quieren, ¿quieren que los pibes roben, eso quieren?, encima uno les habla y lo tratan muy mal, acá ha habido hasta robo de autos y nadie hizo nada”, se lamenta Claudio. “Bien hermano, te felicito”, pasa otro cliente que ya pagó su cuenta y vio lo que pasó, después llega otra persona y también reconoce su acción. A veces el hombre es el mensaje y eso es lo que queda y perdura. Hoy Claudio es el portador de ese mensaje positivo y solidario, el Ídolo de los Quemados, como la canción de Gieco. “Mucha gente pequeña, en lugares pequeños, haciendo cosas pequeñas, puede cambiar el mundo”, nos recordaba Galeano.

El Pibe de la Estampita estudia para ser Perito Auxiliar de la Policía Judicial –vaya paradoja- en el CENS 74 de la provincia junto a su madre, que es compañera suya. Ezequiel cuenta preocupado que el Ministerio de Educación de la provincia quiere eliminar la especialización. “Yo estoy hablando con gente pidiéndole que no la cierren, no quiero quedarme sin esos estudios”, lamenta mientras sigue comiendo la hamburguesa que le regaló su nuevo amigo. “Vendo estampitas para poder vestirme y ayudar en la casa porque no tengo papá y mi mamá es la única que lleva plata para comer. Yo tengo el plan Progresar, pero no dura nada”, dice el hermano de tres varones (uno de ellos ya formó una familia y se fue de la casa) y una nena.

El presunto delincuente es estudiante. El pibe de remera larga y gorra azul oscura con la visera para atrás vende estampitas para ayudar a su familia. El muchacho morocho de aspecto pobre ya pidió trabajo en el patio de comidas del híper y no se lo quisieron dar. Para los prejuicios de los dueños de los locales, los guardias de seguridad privada y algunos clientes es un presunto delincuente morocho con aspecto de pobre, de remera larga flúor y gorra con la visera para atrás. Pobres de alma son los que prejuzgan y excluyen. Pobre es la mente de quienes hablan de derechos humanos y niegan a los pibes que pasan a ser nadies sin rostros, ningunos que parecen no servir ni como número para las estadísticas de mortalidad de sociedades que apabullan con mensajes simbólicos pero carentes de realidad, vacíos, huecos.


El Ídolo de los Quemados no se quedó leyendo el diario en su mesa abstraído de lo que pasaba cerca de sus narices. El Imbécil es ese sistema que marca, excluye y discrimina. Al Pibe de la Estampita ojalá no le cierren la carrera, ni las puertas de la vida. “Sos un imbécil que a los chicos culpás de la pobreza y la mugre que hay, que nunca te echen rogale a tu dios...”, reza la canción. 


 Pablo Zama