jueves, 26 de abril de 2012

Caso Celeste Archerito



“Somos presos de la burocracia judicial”

Sebastián, el hermano de la chica de diecinueve años que murió atropellada en agosto del dos mil nueve en Rivadavia, asiste al cumpleaños de la impotencia: hoy el fallo del juez Eduardo Gil sopla su primera velita, pero el condenado está libre. Amargado, el joven dice: “Pareciera que Gustavo Cortez reventó a un perro contra un portón”.




Morocho, flaco, de mirada distante, atraviesa calle Santa Fe hacia el oeste llegando a la intersección con Salta en una bicicleta de carrera. La siesta de otoño que cesó su ruido en el recreo de la rutina que se toma San Juan, me aturde con esa imagen imprevista. El conductor de la bicicleta tiene una condena de tres años y ocho meses de prisión por manejar en estado de ebriedad, subirse a una vereda de calle Comandante Cabot en un Volkswagen Gol plateado y matar a una chica de diecinueve años.

Ese miércoles veintiséis de agosto de dos mil nueve, minutos antes de las nueve de la mañana, María Celeste Archerito iba, como cada día, a trabajar a la veterinaria de su primo. Le envió un mensaje de texto a su novio para que sepa que había llegado bien hasta Rivadavia, pero no pudo reenviárselo a su madre porque el auto la estampilló contra un portón. Gustavo Fabián Cortez, de veintiséis años, goza de la libertad pese a que hoy se cumple un año de la condena que le aplicó el juez Eduardo Gil, del segundo juzgado Correccional de San Juan.  

La imagen me deja perplejo un segundo esa siesta de día martes otoñal, porque tres días antes, micrófono de por medio, un hombre robusto de veintisiete años, barba, corte de pelo al estilo metalero, con la voz a punto de quebrar y la mirada espesa, me decía: “Pareciera como que Cortez reventó a un perro contra un portón”. Pausa. No pide nada en el café y se niega a que le invite algo. El joven que tiene en sus manos una pancarta con la cara de esa linda chica, rubia, alegre, que hace casi tres años dejó de sonreír para siempre, es Sebastián, el hermano compinche de Celeste.


Siete paros cardíacos: Celeste muere en el hospital 

“Cuando paso por el lugar en donde atropellaron a mi hermana cierro los ojos y agacho la cabeza. Siento un dolor inmenso, porque me la imagino tirada, el portón abierto y ese tipo borracho adentro del auto pidiendo que lo auxilien a él y no a Celeste”, cuenta Sebastián.  

Faltaban pocos minutos para las nueve de la mañana del miércoles veintiséis de agosto de dos mil nueve. Remedios Moyano no recibe el mensaje de texto habitual de su hija antes de entrar a trabajar. Entonces empieza a llamarla, pero del otro lado no hay respuesta. “Cuando me llama mi hermana Carolina me voy a Urgencia del Hospital Rawson y la veo a Celeste en la camilla, con toda la ropa destrozada y con los médicos trabajando encima de ella. Mi primo nos cuenta que se la había llevado por delante un ebrio que venía manejando en sentido contrario y que se subió a la vereda”, recuerda. La joven tiene un derrame interno. Los médicos le piden permiso a la familia para operarla. Los cirujanos descubren que el vaso está reventado, el hígado destrozado y un pulmón totalmente cubierto de sangre.

“Sale un médico y nos dice que estaba estable, aunque había tenido algunos paros cardíacos durante la operación –cuenta Archerito-. Pero después lo llaman de urgencia y al rato vuelve y nos dice que por los siete paros Celeste no había sobrevivido”. A las seis y media de la tarde de ese miércoles, la joven profesora de arte escénico y declamación, además estudiante de Administración de Empresas y Contador Público Nacional en la Universidad Nacional de San Juan, dejó de respirar: “Al momento de fallecer tenía un coágulo del tamaño de un puño en la cabeza, las primeras vértebras de la columna y la muñeca quebradas y varios órganos ya no servían”. 

A partir de ahí la vida de los Archerito dio un vuelco inesperado. Llegaron las marchas para pedir justicia y el aprendizaje de toda esa telaraña judicial que desconocían. Para Sebastián todo cambió abruptamente: su hermana más chica se había ido para siempre. 


El laberinto: enrejados 

“¡Tomá por hijo de puta, ahora vas a ir en cana!”, gritó ante las cámaras de televisión cuando los periodistas le preguntaron cuáles eran sus palabras para Gustavo Cortez, a quien sólo nombra como “el asesino de Celeste”. Fue el veintiséis de abril de dos mil once, cuando Sebastián (el tercero de los cuatro hermanos Archerito) por consejo de su madre y del abogado Pablo Flores no presenció el juicio. Esperó afuera de Tribunales el veredicto del juez Eduardo Gil. Cuando le dijeron que el acusado había sido condenado estalló en lágrimas. En ese momento se trataba de un fallo histórico para una provincia acostumbrada a que las penas queden en suspenso en este tipo de casos.

Pero esa euforia iba a ser aplastada pocos días después por las presentaciones de la defensa del sentenciado que retrasaron el cumplimiento efectivo de la condena. Así, Sebastián y su familia empezaron a transitar un laberinto judicial que parece emular a un relato borgiano: es difícil tener certezas sobre la salida del túnel. El desahogo del día del juicio se perdió envuelto en la humareda de papeles e idas y vueltas que hoy entre gallardetes y globos sombríos celebran su primer año.
 
Zama - ¿Se sienten presos, enrejados por esa burocracia judicial?

Archerito - Sí… porque no podemos hacer nada. El Código Penal permite tener todo ese tipo de plazos y de chanteríos que los abogados pueden presentar para que su defendido siga gozando de la libertad.


Inmediatamente después de conocida la sentencia, la defensa de Cortez tuvo el tiempo que otorga la justicia para apelar el fallo (además de los años de cárcel también quedaba inhabilitado por siete años para manejar). El abogado Leonardo Villalba hizo uso de esa instancia pero la pena no fue modificada. “Ellos realizaron otra presentación en diciembre y fue la mayor falta de respeto que tuvieron hacia nosotros. A fines de noviembre ya los habían notificado de que les denegaban el pedido de casación –un recurso para anular una sentencia por considerarla incorrecta en su interpretación o aplicación- y les dieron diez días hábiles para hacer alguna otra presentación”, rememora con impotencia el hermano de Celeste. 

A las once de la mañana del último día de ese plazo, Villalba se presenta en Tribunales y renuncia como abogado defensor. A Gustavo Cortez le otorgan cinco días hábiles más para que presente a otro profesional: Federico Rodríguez. El nuevo defensor a su vez eleva una nota pidiendo una extensión de plazo para interiorizarse del caso y después, llegando a fines de diciembre, Rodríguez presenta una nueva solicitud de casación “con, prácticamente, el mismo argumento que el de Villalba: que su defendido es joven, estudia y trabaja y que no tiene antecedentes policiales…”. Llega la feria judicial y se paraliza el traslado del sentenciado al Instituto Penitenciario Provincial. Pasado ese receso, los integrantes de la Corte de Justicia de San Juan, Adolfo Caballero, Juan Carlos Caballero Vidal y Abel Soria Vega analizan la presentación. Si los magistrados determinan la revisión de la pena, ésta deberá ser argumentada en la Corte Suprema de Justicia de la Nación. Si, en cambio, el pedido de casación no es aceptado, el juez Eduardo Gil deberá mandar a detener al condenado libre.

Pasan los meses y la euforia del joven y su familia por la condena se desvanece entre las sombras que cubren el ocaso de cada día que pasa silencioso clavándoles en el alma aún más el puñal de la impunidad. “Mi hermana todavía no puede descansar en paz”, dice el único hombre de la familia. Su padre murió cuatro años antes que Celeste.


La probation, batalla ganada

Además del veintiséis de agosto de dos mil nueve y del veintiséis de abril del año pasado, para los Archerito otra fecha que pasó a ser importante es el trece de mayo del dos mil diez. Ese día en Tribunales salió la resolución que indicaba que para ese caso no se iba a aplicar la probation, un recurso judicial que permite la excarcelación del condenado a través de la asignación de tareas comunitarias específicas que debería realizar por un tiempo determinado. Eso fue solicitado por el abogado defensor de Gustavo Cortez antes del fallo del doctor Gil.

“Cuando nos enteramos de qué se trataba la probation nos pareció una burla. Entonces desde ese momento empezamos a hacer una vigilia en la puerta de tribunales exigiendo que no se aplicara a los accidentes de tránsito”, explica Sebastián. El joven cuenta además que Cortez hizo una presentación que incluía el pago de una suma de dinero en cuotas y la realización de tareas comunitarias en una escuela. 

Después del reclamo durante cuarenta días de los Archerito junto a otras familias que sufren casos similares, la justicia sanjuanina sacó una resolución en donde especificaba que en las penas en donde exista inhabilitación debe dejarse sin efecto la posibilidad de que el acusado acceda a la probation.

Ya nada será igual

“En estos días hemos estado haciendo salsa de tomate en mi casa y nos acordábamos de mi viejo y de Celeste, porque toda la familia se reunía siempre para eso. Son recuerdos muy dolorosos para nosotros”. Sebastián Archerito dice que el golpe que recibió con la muerte de su hermana menor lo cambió mucho: “Me di cuenta de que nadie tiene comprada la vida, por más plata, por más salud que uno tenga... porque podés ir caminando por la calle y viene un tipo en un auto y te revienta como un perro”.

Después del fallecimiento de su padre, Sebastián pasó a cumplir un rol más importante sobre Celeste. “Es un dolor imposible de borrar porque ella para mí era la hermana con la que tenía más llegada. Era la nena mimada de toda la familia. Hay días en que estoy mal, re pinchado. Pero adelante de mis otras hermanas y de mi vieja capaz que no lo muestro mucho, para protegerlas. Aunque siento eso de no poder desahogarme, de no tener todavía un duelo como corresponde”, confiesa ese joven de veintisiete años de mirada transparente pero endurecida, que asegura que le cuesta muchísimo salir a la calle de noche porque no soporta ver a la gente tomando de más. “A mi hermana la asesinó un borracho. Por eso ahora, por ejemplo, si mis amigos se ponen a tomar, yo directamente me voy a mi casa, no los puedo ver, me cuesta mucho”.  
         
Zama - ¿Seguís creyendo en la Justicia a pesar de todo?

Archerito - Y…  mirá, no me queda otra que creer, que confiar que en algún momento esto va a cerrar y va a haber justicia. 

Zama - ¿En algún momento tuviste miedo de encontrarlo en la calle a Gustavo Cortez y perder el control?

Archerito - Tengo miedo de verlo y no saber medirme. Pero yo no me voy a ensuciar las manos por un tipo como ese. Aunque con todo lo que ha pasado me costaría mucho verlo. Una de mis hermanas lo ha visto y una prima se lo ha encontrado en un boliche comprando un copón de cerveza.

Zama - O sea que sigue tomando…

Archerito - Sí, y a mi prima le sonrió como sobrándola. Porque el tipo tiene el privilegio de gozar de la libertad estando condenado, ¿viste? Además, fíjate en las notas periodísticas con la soberbia con la que se maneja, porque él ya nos ha perdonado, eh?...

Zama - ¿Cómo?, ¿no les pide disculpas sino que los perdona?

Archerito - Claro, después de decir un montón de barbaridades en una nota, aclaró que ya nos ha perdonado y que si su perdón no nos es suficiente todavía tenemos el perdón de Dios, comparándose no sé con quién….

Zama - ¿En todo este tiempo tuvieron algún llamado telefónico o alguna comunicación de la familia Cortez?

Archerito – No, nada. Es más, ni llamados del abogado.


El nueve de marzo Celeste debería haber llegado a sus veintidós años, pero en agosto va a cumplir tres de fallecida y hoy quien la atropelló, hace un año que es un condenado libre.

El caso Archerito con el paso del tiempo se tornó emblemático en San Juan de una cantidad significativa de muertes que existen con el sello de la negligencia en siniestros viales y que aún no tienen a los culpables tras las rejas. Su mamá y sus hermanas Marianela y Carolina junto a Sebastián se unieron a "Los familiares de víctimas de accidentes de tránsito" para crear consciencia y pedir justicia en cada uno de los casos.

Para el hermano de la chica, la herida que se abrió el veintiséis de agosto de dos mil nueve no cerrará jamás: “Lo único que puede suceder es que el dolor se calme un poco nomás, y eso va a pasar cuando vea a Gustavo Cortez entrando al Penal de Chimbas. Eso nos va a permitir cerrar una ventana en todo este tema. Cerrar el libro de esta parte de mi vida y empezar otro, pensando en cómo encaro todo lo que viene a pesar de este dolor”.





Pablo Zama

martes, 3 de abril de 2012

Sanjuaninos en el viejo continente:


Un chimbero, 
árbitro en España



Después de la crisis del dos mil uno, Jorge Montoro perdió su suplencia como maestro y decidió irse de la Argentina. Ahora, en Alicante trabaja en un supermercado y los fines de semana es juez asistente en las ligas de ascenso de aquel país. Dice que dirigir una final en el imponente estadio del Hércules fue como cumplir un sueño. 
  

“Cuando salí al campo de juego, me quedé helado y se me erizó la piel. Soñaba con dirigir en España y me di cuenta que todo se hace realidad si uno quiere y lo busca”. Las letras llegan a borbotones a través del chat del Facebook. Y es en ese momento, que pasa como ráfaga imperceptible frente al teclado, cuando pienso que el fútbol es el leiv motiv de la evasión y el anhelo de llorar lágrimas que no sean de sal. Algo así como el deseo innato del ser humano por ese cuerpo invisible llamado felicidad.

El día en el que la piel se le granuló por la emoción a ese “gringo” nacido muy cerca de la plaza principal de Chimbas jugaban el Hércules B y el Requena CF: él tenía puesto el traje de juez de línea del encuentro. “Miraba el estadio y no podía creerlo, era imponente”, recibo, casi simultáneamente con el sonido de la ventana de conversación, las letras de Jorge Luis Montoro Torres, uno de los argentinos que la crisis de principios de milenio corrió del país y le corrigió la pronunciación de la “s”.  

Jorge carga con las retinas llenas de recuerdos de siestas de potreros y baldíos sanjuaninos, cuarenta grados de pleno enero, el cuero a la intemperie, la remera colgada en algún rincón de la improvisada cancha de tierra seca y polvorienta en el Barrio Chimbas II. Granos milimétricos suspendidos en el aire como esa nostalgia que lo invade ahora cada fin de semana en su departamento europeo y solitario de Gata de Gorgos, en Alicante.

Pero ahora es abrildosmilonce y se mira a un espejo imaginario, en los ojos de papá y mamá, en los de los abuelos que se fueron de viaje al infinito (a través de quienes obtuvo la doble ciudadanía): está vestido de juez de línea en el impecable estadio Rico Pérez, ante unos tres mil hinchas y en un partido de instancia final por el ascenso a la tercera categoría del fútbol español.

Las tribunas rugen de guerra, de paño de colores que se llevan en la piel, en ese espacio inmaterial y sin tiempo que es el alma. Y Jorge habla por el chat y me dice que hay momentos que quedan lejos, como colgando de un péndulo que amenaza con descolgarse: es el aire de la resignación y el eterno abrazo con su madre, María Torres, el apretón de manos con su padre, José Montoro, y los consejos de sus hermanos en esa tarde que fue un antes y un después. El recuerdo del adiós, tras los coletazos que dejó la crisis del gobierno delarruista, la tarde del diez de octubre de dos mil cuatro en la Terminal de Ómnibus de San Juan, para partir después en avión desde Buenos Aires hacia el viejo continente. A sus espaldas, el resplandor de las tardes que se quedaron con sus pies de pibe chimbero que soñaba con jugar en la primera del Atlético Trinidad y más tarde con ser el hombre de negro en partidos del fútbol profesional criollo.



Ecos… parecen quedar impregnados en la ventana de conversación del Face cuando ese tipo de mirada calma y ambiciosa me responde frases desde las vísceras. En febrero cumplió treinta y un años y dice que, pese a que en el dos mil once tuvo su partido más importante dentro de la liga española de fútbol, anhela volver a vivir en su tierra natal. Otra vez me aturde el eco. Y esa mueca de resignación en el semblante en su partida -imagino en este otro extremo del planeta Internet- pasa a ser pómulos rojos en el calor de la ilusión por el regreso.   

La decisión

“Después de recibirme de maestro en el Centro Polivalente de Artes y empezar a ejercer con diecinueve años, me sentía muy bien allá –en San Juan-. Pero tenía suplencia pasiva y con la llegada de la crisis de fines del dos mil uno a la Argentina perdí esa plaza de maestro y empecé a pensar en venirme a Europa”, dice, tal vez ya con la mirada espesa. Ese click definitivo al que refiere se iba a dar un poco más tarde: “Cuando trabajé en una escuela de Chimbas, veía la vida de esos niños, las carencias de sus familias y me di cuenta que ese contexto no era el que yo quería en mi futuro. Además buscaba un trabajo seguro, en el que se respetaran todos los derechos de los empleados; y en el arbitraje no tenía muchas oportunidades”.   

“En el momento en el que dije en mi casa que me iba, no pensaba en lo que dejaba sino en el futuro que iba a buscar. Sabía que mis padres y mis hermanos sentirían mucho mi partida a un lugar que está a doce mil kilómetros. Yo buscaba un porvenir”, recuerda.  

La Europa de esa época no sentía el látigo de la crisis que azota a algunos grupos económicos en la actualidad y provoca despidos, además de congelamiento de sueldos. Muy por el contrario, mientras en la Argentina aparecía la figura absurda del corralito financiero y la demolición de la clase media, en el viejo continente la prosperidad acompañaba a los inmigrantes criollos que arribaban con penas e ilusiones. “En los primeros meses estaba bien, porque a las dos semanas que llegué conseguí trabajo, así que estaba distraído. Recién a los dos años empecé a extrañar”, relata Montoro.   

En Gata de Gorgos lo recibió una prima hermana de su abuelo materno y se quedó en la casa de la familia hasta que pudo alquilar: “Me pude acostumbrar al lugar porque la gente de aquí es muy cordial. Además acá viven muchos cauceteros y me reencontré con personas que me conocían o que trabajaban con mi padre en San Juan”. 
  

A los pocos días de llegar a España, Jorge consiguió trabajo en Juan Fornes Fornes S.A., de la cadena de Supermercados Masymas. Actualmente se desempeña en el almacén central de donde sale el género que abastece a toda la cadena: “Ahí manejo una máquina elevadora con la que muevo palets de mercadería a una cámara de alimentos frescos. También fui flejador y cargué los palets en los camiones. El nivel adquisitivo aquí es diferente que en Argentina porque los precios son diferentes también. Y a veces pienso que en España tengo cosas que en mi país tal vez no podría adquirir”. 

Hombre de negro

Era abrildosmilonce, una leve brisa le desordenaba el pelo en el estadio Rico Pérez del Hércules, que en esa temporada militaba en Primera División. El equipo B del equipo dueño de casa jugaba un partido de ascenso ante el Requena CF y él miraba las tribunas perplejo.            

Pero esa historia se iniciaba más diez años antes: “En San Juan leí en el diario que empezaba el curso para árbitros y me decidí a hacerlo porque soy muy aficionado al fútbol, en la niñez entrené un tiempo en San Martín y después lo hice en las inferiores de Atlético Trinidad. Después de hacer el curso estuve arbitrando durante tres años”. En la provincia, Montoro fue árbitro asistente de cuarta división y de Primera B.

“Los amigos que me dio el arbitraje allá son muchos. Algunos de ellos son Ramón Gordillo, Oscar Tersi, Sergio Urisa, Iván Páez. También el Turco –Eugenio- Yevcin, a quien iba a verlo dirigir cuando hacía el curso porque para mí es un gran árbitro. Ellos muchas veces me daban consejos sobre cómo moverme adentro y afuera de la cancha”, recuerda el radicado en un pueblito de Valencia.    

España, sueño arbitral



Jorge Luis comenzó a hacer el curso para dirigir en Europa en el dos mil seis, en Benidorm, a treinta kilómetros de Gata de Gorgos: “Me encontré con un panorama diferente al de Argentina, porque aquí los chicos empiezan en el arbitraje a los quince años y la forma de rellenar las actas de cada partido es distinta. Además hay convenciones pagadas por la federación en donde nos examinan física y teóricamente para poder subir de categoría. Las clases o charlas las dan árbitros de Primera División del fútbol español”.

El debut como asistente fue en el año dos mil siete en un pueblo llamado Tavernes de la Valldigna, “un lugar en donde el fútbol se vive con intensidad y hay mucha presión”. Campos de juego en los que no existe la división alambrada que separe al público de los jugadores: el chimbero dice que el comportamiento de la gente es muy aceptable. Aunque alguna vez le tocó ser agredido en un partido por el ascenso a la tercera división entre el Cheste y el Burriana. “Si ganaba el Cheste, que era local, pasaba de fase y me tocó anularle un gol en el último minuto, por un fuera de juego”, argumenta. Poco tiempo después, el informador (especie de veedor) del encuentro felicitó al línea sanjuanino por la actuación que tuvo, más allá de que en ese partido el camino de la terna arbitral hacia los vestuarios fue bajo un clima tenso y con agresión de los hinchas (ver video):  


“Sentí que cumplí un sueño cuando la temporada pasada me tocó ir como asistente al partido entre el Hércules B y el Requena en la promoción de ascenso a Tercera División, en un estadio de fútbol increíble. Salí por el túnel al campo de juego para revisar las redes y para conversar con el árbitro principal y cuando miré a mis costados fue algo impresionante aunque no fuera un partido de Primera División”.

Zama - ¿Cómo se te dio la posibilidad de dirigir ese partido?

Montoro - Mi categoría es Primera Regional, ahí tenemos la opción de ser árbitro asistente en preferente, porque luego de la temporada regular vienen los play off, que son las promociones de ascenso a Tercera. A esos partidos van los que mejor temporada han hecho y de quienes se han realizado buenos informes.

Zama - ¿Cómo fue el momento en el que te enteraste de que habías sido elegido para ir al estadio del Hércules?

Montoro - Fui a revisar mi cuenta privada que tengo como árbitro por Internet y allí salía que iba como asistente a ese partido. No podía creerlo. El árbitro que pitaba en ese encuentro ya me había pedido para acompañarlo en todas las promociones, pero no esperaba que se me dé en un partido así. Lo llamé y se lo conté. Después llamé a San Juan y lo compartí con mis padres y mis amigos. Estaba muy contento.

Zama - ¿Saliste a la cancha y con qué te encontraste?

Montoro - Al salir al campo de juego la verdad que me quedé helado, es un estadio imponente. El partido fue muy intenso y con buen fútbol y en la tribuna no me esperaba ver una bandeja casi completa. Cuando miré el periódico al día siguiente salía que habían asistido unas dos mil quinientas personas, que para un partido de promoción de ascenso de preferente a Tercera es mucha gente. Ese día ganó el Hércules B dos a cero, por los cuartos de final.   



Jorge Montoro vive solo, cerca de la casa de su hermana María Isabel, que se fue a España algunos años después que él junto a su cuñado Luis Muñoz y tuvieron un hijo en aquel país. Cada mañana, el chimbero trabaja en el supermercado y en la tarde va al gimnasio o entrena con los árbitros. Cuenta que a los dos años de estar a doce mil kilómetros de Argentina empezó a sufrir el desarraigo: “Extraño mucho la vida que uno tiene en San Juan, nuestras costumbres y los paisajes, pero a veces pensar cómo sería todo si volviera me pone en una situación incómoda, porque no me olvido de dónde vengo pero tampoco lo que me costó llegar acá y todo lo que conseguí en los últimos años. Me queda conformarme con ir cada dos años a ver a mi familia y a mis amigos”.

La tarde del diez de octubre de dos mil cuatro, Jorge se fue de San Juan con un casete que le habían grabado sus hermanos y sus amigos con las palabras de aliento de todos sus seres queridos, que le deseaban éxitos en el viejo continente. Después de estar una semana en la casa de su tía en Buenos Aires tomó el vuelo en Ezeiza el diecisiete de ese mes a las dos y media de la tarde (era su primera vez en un avión) y llegó a España pasadas las nueve de la mañana para comenzar una nueva vida. Hoy, todavía cargado de sueños, no deja de repetir que quiere “luchar para llegar lo más lejos que pueda en el arbitraje”. Sabe que va por buen camino y que todavía no tiene techo visible. Y… tal vez el sueño que tiene cada noche de dirigir un Barcelona – Real Madrid no está tan lejos como parece, aunque por ahora eso se vea reflejado en el espejo de la utopía.

Jorge hace un alto en el chat del Facebook y me dice que tiene otro sueño, algo que le cruza las vísceras como puñal filoso en esas mismas noches en las que se imagina dirigiendo el clásico del fútbol español, y es nada menos que volver a su tierra: “Cuando voy de vacaciones a San Juan y viajo de vuelta a España, me cuesta mucho decir hasta pronto y saber que durante bastante tiempo no veré a mis seres queridos. Espero poder regresar, pero uno nunca sabe lo caprichoso que puede ser el destino”.




 Pablo Zama